lunes, 17 de marzo de 2014

Mentira número 139: "Lunes. Cuesta(s)"

A veces lo más difícil de todo es el balance entre lo que merece la pena y lo que vale cuando no está. Cuando tus dedos se han aferrado tanto a algo que lleva la huella de tus manos, es duro ver cómo se aleja.
Un día me contaron que si escondes el corazón no pueden agrietártelo. Y yo fui tan asquerosamente gilipollas que me lo tragué de lleno. El corazón se agrieta sólo, joder, lo que ellos te agrietan es la coraza. Lo que ellos ven de ti es cómo pasas de todo, cómo todo da igual y está de más, cómo te encierras de ojos para dentro y te llueves a solas. Pero nadie (casi) entiende que debajo de todo el gris hay un escarlata que se muere por encontrar unas venas por las que sangrar. Éste rascacielos de hormigón tiene cimientos de papel mojado, las noches son muy largas y la cama es muy fría y muy grande. Pero nadie mira atrás porque tú no miras atrás, y tú no miras atrás porque a veces duele. Lo más curioso es cómo se toman la exquisita libertad de hacer como si supieran lo que se cuece aquí arriba. Los más dolorosos son los "pensé que no sentías nada". 
siento
cosas.
Siento el miedo que sentís todos y la rabia cuando veo al cielo estampándose en mi cara. Siento el mismo deseo por unos ojos marrones que beberme a morro, siento la misma impotencia por las mañanas y el mismo frío en los inviernos. Siento una felicidad que se alimenta de sonrisas transparentes y un verano de vez en cuando las pupilas. Siento también a veces las manos de la soledad en el cuello, acariciándome el pelo o deambulando por mis piernas. Y, sí, siento la misma tristeza que vosotros sentís cuando veis el final de algo que, hasta entonces, os mantuvo con un poquito de aliento.
Pero lo que a veces no siento nunca, es ser el pájaro que soy. 

martes, 4 de marzo de 2014

Mentira número 138: Trozos

Abrir los ojos. Maldecir al cielo para luego pedirle perdón en cuanto cruzas el umbral que te separa del frío. Las calles, las luces, el amanecer, los raíles, las caras, las historias, los pasos. Caminar cuando aún estás dormida. Abrir los ojos y cerrar el entendimiento, mientras la conciencia se despereza y la mirada clavada en la pizarra hace que te preguntes qué haces ahí, y por qué tienes que estar ahí sólo porque alguien hace años dictara que así tendría que ser. Te preguntas por qué tenemos ya la vida escrita y la libertad encadenada. Pelearse contra la necedad, sacar las uñas ante la injusticia mientras miles de juicios injustos se desenvuelven en frente de tus ojos. Soñar que puedes cambiar el mundo, soñar con el fin de la opresión del pensamiento y el vuelo del alma y la cultura. El timbre, el abrigo, la calle, el parque, utilizar la estupidez para fabricar una felicidad que se hará verdadera por sí misma, quizás por inercia. Fabricar también fuerzas para volver a atarse la bola maciza de hierro a los pies, y pasar las hojas del tiempo perdido, mal aprovechado. Hojas repletas con desgana, hojas escritas con pasión, con exilio, hojas escritas con curiosidad, ambición, interés. Los chicos, las miradas, las sonrisas reprimidas porque hay demasiada gente alrededor, la imaginación que vuela, los gestos, los espejos, la adrenalina, la carcajada, la comodidad entre el mar de espinas. El timbre, el abrigo, la calle, los raíles, los pasos, volver al calor, la armadura que se desarma, el día que sigue, la desgana, las ganas, el sueño, los sueños, la espera. Algo dentro de ti busca casi sin que te des cuenta ese pequeño trozo de libertad entre el gris del pavimento, algo echa a volar y por un rato se concentra en las pequeñas pinceladas por las que, al fin y al cabo, no siempre mantienes los pies en la tierra. Gota a gota, el agotamiento, el deber, las cadenas, las canciones, el hogar, las luces. El color del cielo que pesa cada vez más y deja paso a las luces de las farolas como pequeñas bolas de confidencias en la oscura y salvaje muerte -vida de la pasión negra-. Los ojos que se cierran, la mente que se abre, los dedos que caminan entre las sábanas, el sueño, los sueños, el sueño, el fondo cada vez más tangible, la fuerza que se agota.
La rutina.