Un día me contaron que si escondes el corazón no pueden agrietártelo. Y yo fui tan asquerosamente gilipollas que me lo tragué de lleno. El corazón se agrieta sólo, joder, lo que ellos te agrietan es la coraza. Lo que ellos ven de ti es cómo pasas de todo, cómo todo da igual y está de más, cómo te encierras de ojos para dentro y te llueves a solas. Pero nadie (casi) entiende que debajo de todo el gris hay un escarlata que se muere por encontrar unas venas por las que sangrar. Éste rascacielos de hormigón tiene cimientos de papel mojado, las noches son muy largas y la cama es muy fría y muy grande. Pero nadie mira atrás porque tú no miras atrás, y tú no miras atrás porque a veces duele. Lo más curioso es cómo se toman la exquisita libertad de hacer como si supieran lo que se cuece aquí arriba. Los más dolorosos son los "pensé que no sentías nada".
Sí
siento
cosas.
Siento el miedo que sentís todos y la rabia cuando veo al cielo estampándose en mi cara. Siento el mismo deseo por unos ojos marrones que beberme a morro, siento la misma impotencia por las mañanas y el mismo frío en los inviernos. Siento una felicidad que se alimenta de sonrisas transparentes y un verano de vez en cuando las pupilas. Siento también a veces las manos de la soledad en el cuello, acariciándome el pelo o deambulando por mis piernas. Y, sí, siento la misma tristeza que vosotros sentís cuando veis el final de algo que, hasta entonces, os mantuvo con un poquito de aliento.
Pero lo que a veces no siento nunca, es ser el pájaro que soy.