martes, 23 de junio de 2015

Mentira número 159: Me acabo porque no se acaba

Está siendo la primavera-invierno más larga de la historia. Ya no recuerdo cómo era el calor, qué forma tenía, qué canciones sonaban cuando aún podía oír algo. Ya apenas me recuerdo sin cadenas, sin losas de piedra sobre mis vértebras; ya apenas me recuerdo con ganas.
Está siendo el duelo más largo de la historia. Tan largo, tan infinito que he asumido que es mi hogar y que no puedo respirar en otro sitio que no sea el campo de batalla. Ya no me tengo en pie. Ya no me tengo. He pintado la pared con la sangre de mi niña interior, con el fantasma de mi sonrisa. Llevo cansada tanto tiempo que ya no creo que pueda estar de otra manera. Y ni siquiera me doy lástima. Nadie tiene lástima de los muertos.
Escribo triste porque estoy triste. Porque estoy triste, joder, estoy simplemente triste, exactamente triste, irremediablemente triste. Todo el rato triste. Ya no me levanto de la cama para ver si ha salido el sol, sino con la esperanza de que las nubes lo hayan tapado para siempre. Ya no me levanto de verdad; tan sólo saco el cuerpo de la cama y dejo que lo manejen los demonios, mientras mi pájaro azul se congela (en Madrid, en pleno Junio) y me mira como miran las niñas castigadas.
Es como si no fuera yo, como si nada de esto fuera mío. Como en esas películas en las que alguien es sustituido por un clon que se comporta con automática corrección, y nadie hecha de menos al sujeto real. Mi clon es el que vive la patética rutina de "lo que toca", mientras mi verdadero yo, Ede, pide auxilio con los ojos, amordazada y maniatada en un desván lleno de espejos donde gritar es inútil porque el silencio siempre es más grande.
Ya no recuerdo cómo era salir a la calle y no intoxicarse, abrir los ojos y no sangrar, volar sin arrastrar las cadenas, reír. Ya no recuerdo cómo era reír. Os juro que ya no me recuerdo sin el triste maquillaje de la asfixia, sin las ojeras y sin las manos destrozadas por el miedo. El miedo. Todo el rato el miedo.
Que no queda nada, dicen. Que va a merecer la pena, dicen. Que ya verás, cuando termines, qué bien vas a estar y qué lindo va a ser todo. Pero cómo queréis que me crea que se irá una agonía que lleva conmigo tanto tiempo que se me ha hecho lunar en la espalda. Cómo queréis que no me entren ganas de mandaros a la mierda y salir corriendo después, a un sitio en el que la libertad signifique algo. Lo que sea.
Estoy tan consumida que ni siquiera me apetece sonreír a extraños, caminar sola, bailar desnuda. Estoy tan consumida que estoy perdiendo la poca inocencia, el poco sentido que me quedaba.
Cómo queréis que esté bien, si ya no recuerdo cómo se hacía.