Todavía miro al techo de mi habitación y pienso, no me puedo creer que viva aquí. Y han pasado dos meses. Escucho a la gente en las terrazas, a la gente bebiendo en las terrazas hablando a gritos en las terrazas y quiero poner una bomba en la calle. Pero por las mañanas, toda esa gente que supongo es la misma que habla a gritos en las terrazas, me hace sentir acompañada. Es como levantarse y estar en unas fiestas de barrio. No sólo llevo queriendo vivir así estos dos últimos años en los que no paraba de repetir me quiero ir de casa me quiero ir; hoy he recordado que ya de pequeña me ponía la falda blanca del campeonato de danza de Móstoles, el que ganamos por tongo cuando tenía ocho o nueve años, me ponía esa falda y un bolso de mi madre y metía las llaves de mi madre dentro y hacía que abría la puerta de la habitación como si fuese la de mi casa, la de mi futura casa, la de mi casa de Calle Toledo 54, y entraba en mi casa con mi faldita blanca de baile y me hacía la comida y llamaba por teléfono y esas cosas que hacen los adultos, esas cosas que ahora hago en mi casa después de entrar en ella con mis llaves. Aún no me puedo creer que haya conseguido esto. Tampoco puedo creerme que le hable a la gente de mi depresión, de mi disco, de mi exnovia, de mi vida. Ese tono de voz que se nos pone cuando hablamos de "mi vida". Mi vida es esto, se ha convertido en lo otro, quiero que acabe así, que vaya pacá, que nunca se acerque a esto. Yo ya no sé en qué consiste mi vida, más allá de esta casa, más allá de las manos que escriben estas palabras horas antes de montarse en una furgoneta rumbo a Vigo para actuar delante de mil personas y luego dormir en el décimo hotel del mes. No sé qué parte de todo lo que le digo a la gente es verdad. No sé si en el fondo no quiero vivir, como ayer le decía borracha a Íñigo. No sé si quiero que Alicia duerma en esta cama tanto como creo, o si por el contrario quiero que se ahogue en el mar como Isora, como Alfonsina, como yo en mi mente siempre que estoy cerca del agua. No sé si quiero que Paloma me cuente lo que le pasa. A veces siento que este blog semi abandonado de mierda es lo único verdadero que conservo, como una especie de ventana en el centro del pecho justo entre las tetas.
Odiaré a cualquier persona que reproduzca este discurso pero: a veces siento que no pertenezco a este mundo. Últimamente, muy a menudo. Cuando digo que la vida está sobrevalorada, lo creo de verdad. Cuando digo que algo debo estar haciendo mal si vivir me resulta tan agotador, lo creo, de verdad. A veces me escucho desde fuera y me quiero gritar CÁLLATE como un niño enfadado a su madre histérica que le sigue regañado a pesar de que él ya haya roto a llorar. Otras, creo que todo el mundo es imbécil y hace cosas rarísimas y feas. Todo el mundo es feo. Si tuviésemos un físico que reprodujese nuestro corazón, Instagram no sería una de las redes sociales más consumidas de la historia. Todo esto sonaba muchísimo mejor en mi cabeza. Ahora el sonido de las chapas de los bares deslizándose hacia abajo. Me quiero arrancar los oídos. Pero ya lo quería hacer antes de mudarme a este barrio. Igual que ya quería morirme un poco antes de que se me rompiera el corazón. Qué dramática. Suicídate y déjanos en paz.
Todo el mundo tranquilo.