martes, 5 de octubre de 2021

mentira número 188: lo de siempre

 Aún me es difícil acostumbrarme a esta luz. Esta luz que todo lo clarea y lo densifica, a esta luz amarilla y violeta que pulula por los rincones de mi casa, entre los botellines de cerveza, entre las sombras de maquillaje, los espejos y los pliegues de mis manos. Últimamente vuelven tantas cosas a mi vida, como traídas por un torbellino circular que viene de muchos años atrás para recordarme cosas que siento entenderé dentro de muchos años más. Me encuentro a mí misma en sitios tan distintos y a la vez siento que son los mismos de siempre transformados, manipulados, teñidos, tallados. Es difícil acostumbrarse a esta luz cuando te acostumbraste a que la oscuridad era muy parecida a una casa. Como decía Luis García Montero (creo), he roto tantas cosas en mi vida. Tantas que habitan en mí, en pedacitos que forman otras tantas que se rompen un poco también. He buscado tantas veces esa casa, ese amor, ese sonido, ese tacto, esos colores, he buscado tantas veces por tantos sitios distintos que todavía la idea de encontrar algo se me hace ajena y estéril. Aún no ha desaparecido en mí la idea de arrasarlo todo bajo el fuego, de irme y desaparecer en el sol, de correr desnuda y ahogarme en el mar, de hacer todo eso, decir todo eso que no se debe, que nadie dice pero que todo el mundo rumia como una hebra de jengibre, como ese recuerdo punzante del desamor lejano que quema igual, como esa sensación de que tu mejor amigo dejará de serlo también, de que tu profesión desaparecerá, tu pelo desaparecerá, el tono de tu voz se fundirá con el ruido y   tú desaparecerás con todo ello y a la vez te liberarás como si ambas fuesen dos caras de la misma moneda, conviviendo en una realidad que no le pertenece, muy a nuestro pesar, a absolutamente nadie. 

Aún este batiburrillo de sentires que brotan bajo en el mismo lecho, bajo la misma luz, en las mismas horas oscuras, que allí en Carabanchel eran las del silencio y aquí en La Latina son las de la vida nocturna, la de los coches y la gente y los camiones que reponen los comercios, y yo en este mismo blog bajo la misma luz, en las mismas horas, contando básicamente lo mismo siéndome fiel en este espacio mío, sagrado, incuestionable, perpetuo. He sobrevivido a todo. Y no lo sé porque respire, lo sé porque he vuelto a este lugar, a escribir con los mismos dedos. Lo sé porque hubo un tiempo en el que no lo supe. Y eso no se lo debo a nadie.