Me encuentro de repente frente a la pantalla del ordenador, perdida virtualmente (y qué triste) en un pueblo a las afueras de Ámsterdam. Pueden ustedes imaginarse las ganas que tengo de huir.
Lo jodido de los refugios es tener que salir de ellos. Es como el principito, cuando, después de haber pasado por diferentes planetas habitados por cosas que no le encienden la mirada, llega a la Tierra y entonces tiene un cordero, y una caja y un bozal sin correa, y se bebe el agua buena para el corazón y dice "tienes que mirar las estrellas, tienes que oír cómo ríen las estrellas". Pero el principito tiene que volver, y se deja morder y se muere pero en realidad no. Yo quiero pensar que en realidad no, que he vuelto a mi planeta pero que aquí sigue habiendo cosas buenas. Como la flor.
Pero quiero hablaros del planeta Tierra en el que estuve yo. No había corderos ni bozales, pero había ángeles de alas plateadas y magos, y había un mar y muchos abrazos, y gorros rojos. Había también chistes pésimos, canciones absurdas, había ganas de tirarse al suelo, besos (muchos besos). y un mechero que me daba luz, había risa por todas partes, hasta en el llanto, había afonía en las voces y amor en las miradas. Luego tuve que regresar a mi planeta y todo se hizo un poco más gris. Y qué jodido.
Echar de menos nunca se me dio bien, ya saben. En vez de poemas-melancolía sólo me salen cosas feas y ganas destructivas de querer luchar contra algo que jamás se dejará vencer. Y todo mi planeta me parece odioso, los volcanes e incluso la flor, y quiero llorar todo el rato y me encierro bajo mis alas y me hago heridas en el recuerdo.
Pero aprendí mucho en aquel planeta Tierra, como estoy segura hizo el principito, y recuerdo aquellos ojos verdes diciéndome "tienes que seguir brillando, ¿vale? tienes que inundar con esa luz cualquier sitio al que vayas". Y entonce sonrío porque no puedo hacer otra cosa cuando recuerdo aquellos ojos verdes, y entonces me aparto las alas de la cara y me acuerdo de cómo era su barba, y sus ganas infinitas de hacerlo todo posible.
Y de repente echar de menos se me da un poco mejor.
(al fin y al cabo volveré a levantar el vuelo)
"muchachas con el rostro hacia las nubes para que el chaparrón borre por fin las lágrimas" -M. Benedetti
miércoles, 23 de julio de 2014
lunes, 7 de julio de 2014
Mentira número 143: Bang bang, I hit the ground
Todo está patas arriba. Y no precisamente bailando. Hay ciertas cosas que simplemente no deberían hacer daño, no deberían destruir. Pero lo hacen, y joder si lo hacen, lo hacen tan duro que a veces siento que aquí dentro sólo hay escombros. Quizás nadie sea el culpable, pero a mí la culpa me pesa demasiado, y se trata de tragármela y hundirme o lanzarla como una granada contra quien me quita el sueño de esta manera tan brutal. Porque no se trata de no poder dormir, se trata de todo lo que pasa aquí dentro cuando debería estar durmiendo. Se trata de mí, y de que ya no te reconozco. De que ya no me reconozco de todo el odio que me inunda las bolsas bajo mis ojos. De que esto no tenía que haber salido así, de que estoy ahogada y de que esta vez sí, el rencor es grande.
No hay vuelta atrás, saltar o sumergirse, la caída o la asfixia, tú o yo. Crecer a trompicones nunca ha sido lo mío, se me nota en las manos, ¿verdad? Quiero decir que la impotencia se me escurre entre los dedos y la distancia es ya insalvable. Triste, sí, triste todo y triste yo. Pero cierto como la vida mima, y cuando digo mima quiero decir a ostias. Esto no tenía que haber salido así, no tenías que hacerme tanto daño, no estaba en los planes. Aquí arriba aún suena el eco constante preguntándome, como si yo tuviera la más mínima idea, de qué cojones pasa por tu mente. De qué tienes en la cabeza (porque, créeme, ningún intento mío de dar explicaciones ha servido). En qué te has convertido.
Pero hace exactamente un año aprendí a refugiarme en los cimientos cuando todo lo demás se derrumba. A que si la luna se apaga y su luz deja de guardarnos, siempre podré desplegar las alas y encender mis cuatro estrellas de oro macizo. Siempre vienen bien unos ojos a los que mirar cuando la vida se nos enreda en la garganta, a los que mirar y simplemente entender. Hablo de los ojos-hoguera en una noche de enero. De esos que quitan los escalofríos tan suave que apenas lo notas en las venas. Hasta que dejas de temblar y dices sí, tengo estrellas y a veces no tengo frío.
Necesito huir, como cada verano. Sé que se nota en mis palabras, que dan tumbos sin ningún tipo de sentido como reflejo de la mente que las engendra, sé que se nota que he perdido la calma, que no me queda ni una sola razón. Y, por supuesto, cuando una se vacía sé bien que huir por la salida de emergencia se convierte en la mejor alternativa posible. Considerando, por supuesto, la autodestrucción como una mala alternativa.
Porque lo es.
¿no?
No hay vuelta atrás, saltar o sumergirse, la caída o la asfixia, tú o yo. Crecer a trompicones nunca ha sido lo mío, se me nota en las manos, ¿verdad? Quiero decir que la impotencia se me escurre entre los dedos y la distancia es ya insalvable. Triste, sí, triste todo y triste yo. Pero cierto como la vida mima, y cuando digo mima quiero decir a ostias. Esto no tenía que haber salido así, no tenías que hacerme tanto daño, no estaba en los planes. Aquí arriba aún suena el eco constante preguntándome, como si yo tuviera la más mínima idea, de qué cojones pasa por tu mente. De qué tienes en la cabeza (porque, créeme, ningún intento mío de dar explicaciones ha servido). En qué te has convertido.
Pero hace exactamente un año aprendí a refugiarme en los cimientos cuando todo lo demás se derrumba. A que si la luna se apaga y su luz deja de guardarnos, siempre podré desplegar las alas y encender mis cuatro estrellas de oro macizo. Siempre vienen bien unos ojos a los que mirar cuando la vida se nos enreda en la garganta, a los que mirar y simplemente entender. Hablo de los ojos-hoguera en una noche de enero. De esos que quitan los escalofríos tan suave que apenas lo notas en las venas. Hasta que dejas de temblar y dices sí, tengo estrellas y a veces no tengo frío.
Necesito huir, como cada verano. Sé que se nota en mis palabras, que dan tumbos sin ningún tipo de sentido como reflejo de la mente que las engendra, sé que se nota que he perdido la calma, que no me queda ni una sola razón. Y, por supuesto, cuando una se vacía sé bien que huir por la salida de emergencia se convierte en la mejor alternativa posible. Considerando, por supuesto, la autodestrucción como una mala alternativa.
Porque lo es.
¿no?
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