miércoles, 23 de julio de 2014

Mentira número 144: Estrellas

Me encuentro de repente frente a la pantalla del ordenador, perdida virtualmente (y qué triste) en un pueblo a las afueras de Ámsterdam. Pueden ustedes imaginarse las ganas que tengo de huir.
Lo jodido de los refugios es tener que salir de ellos. Es como el principito, cuando, después de haber pasado por diferentes planetas habitados por cosas que no le encienden la mirada, llega a la Tierra y entonces tiene un cordero, y una caja y un bozal sin correa, y se bebe el agua buena para el corazón y dice "tienes que mirar las estrellas, tienes que oír cómo ríen las estrellas". Pero el principito tiene que volver, y se deja morder y se muere pero en realidad no. Yo quiero pensar que en realidad no, que he vuelto a mi planeta pero que aquí sigue habiendo cosas buenas. Como la flor.
Pero quiero hablaros del planeta Tierra en el que estuve yo. No había corderos ni bozales, pero había ángeles de alas plateadas y magos, y había un mar y muchos abrazos, y gorros rojos. Había también chistes pésimos, canciones absurdas, había ganas de tirarse al suelo, besos (muchos besos). y un mechero que me daba luz, había risa por todas partes, hasta en el llanto, había afonía en las voces y amor en las miradas. Luego tuve que regresar a mi planeta y todo se hizo un poco más gris. Y qué jodido.
Echar de menos nunca se me dio bien, ya saben. En vez de poemas-melancolía sólo me salen cosas feas y ganas destructivas de querer luchar contra algo que jamás se dejará vencer. Y todo mi planeta me parece odioso, los volcanes e incluso la flor, y quiero llorar todo el rato y me encierro bajo mis alas y me hago heridas en el recuerdo.
Pero aprendí mucho en aquel planeta Tierra, como estoy segura hizo el principito, y recuerdo aquellos ojos verdes diciéndome "tienes que seguir brillando, ¿vale? tienes que inundar con esa luz cualquier sitio al que vayas". Y entonce sonrío porque no puedo hacer otra cosa cuando recuerdo aquellos ojos verdes, y entonces me aparto las alas de la cara y me acuerdo de cómo era su barba, y sus ganas infinitas de hacerlo todo posible.
Y de repente echar de menos se me da un poco mejor.

(al fin y al cabo volveré a levantar el vuelo)

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