martes, 25 de noviembre de 2014

Mentira número 152: La rutina del no

"Ausencias; ausencias en cada rincón de mi absurda vida. Ausencias los martes, los domingos, los atardeceres. Ausencias hasta de gente que no se ha ido. Aún. Ausencia de ti. Y luego deseos, y besos al aire, y canciones que hablan de todo, de mí pero nunca conmigo, canciones que  me duelen y no entiendo. Canciones de ti. Y luego la noche, los ojos a punto de estallar y el rímel deshecho, la cabeza en las nubes del subsuelo y los pies en la estratosfera del salto al vacío que implica tu recuerdo. Y el corazón en ti. No tengo corazón. Soy corazón. Soy coraza. Soy todo lo que anhelo y son tanto que a veces me mataría. A veces te mataría. A veces te mataría. 
Pero es tarde, y tengo que acostarme para luego despertar y acostarme después otra vez, y así hasta que esa envergadura alar de la que habla Víctor me quiera sacar de este océano de mierda donde mi deriva es la canción 01. No tengo corazón. Pero tengo todas estas ausencias, que abultan más."

Continúa la agonía. A veces me echo tanto de menos que las ganas de destruirme son casi más fuertes que el miedo a perderme por completo. Continúa la agonía, y tú no estás. Nadie está. Ya no estoy.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

jueves, 6 de noviembre de 2014

Mentira número 150: Noviembre

Suena la vieja Morla, atardece el frío y apenas veo mi reflejo en la ventana. Blanch ayer hablaba de lo que nos identifica. De todo eso que haces porque necesitas, todo eso que respiras y que a veces te arrebatan sin derecho. Estoy cansada, y no quiero estar aquí. Tengo diez mil razones para no seguir con esto, para echar a volar porque, sí, es la única salida aunque a veces resulte sólo una opción imposible. He visto los derrumbamientos más lindos de la historia, he visto cómo las torres más altas se desploman sin ser capaces de soportar el equilibrio. Pero también he visto cómo los escombros se llenaban después de flores y gatos pardos, de lunas y heridas cubiertas de saliva, y es por eso que siento que necesito caerme, desarmarme y soltarme, dejar de aguantar porque sé que puedo aguantar, pero no quiero. Luego mamá me mira e intenta hacerme entender que es ésto, que todo lo demás no existe. Pero yo sé que existe; aquello que no existe no puede, al fin y al cabo, desgarrarte por dentro.
Fotografío otro atardecer más que no puedo vivir, y se me vuela una tarde más que apenas puedo acariciar. No me reconozco entre tantos "tienes que". He dejado de ser entre todos los punzones que me han obligado a clavarme en los pulmones para luego decir que lo hice yo.
Hoy me he sentido un poco Ana Ozores. 
Pero esta cárcel no es de oro; es de papel.