Suena la vieja Morla, atardece el frío y apenas veo mi
reflejo en la ventana. Blanch ayer hablaba de lo que nos identifica. De todo
eso que haces porque necesitas, todo eso que respiras y que a veces te
arrebatan sin derecho. Estoy cansada, y no quiero estar aquí. Tengo diez mil
razones para no seguir con esto, para echar a volar porque, sí, es la única
salida aunque a veces resulte sólo una opción imposible. He visto los
derrumbamientos más lindos de la historia, he visto cómo las torres más altas
se desploman sin ser capaces de soportar el equilibrio. Pero también he visto
cómo los escombros se llenaban después de flores y gatos pardos, de lunas y
heridas cubiertas de saliva, y es por eso que siento que necesito caerme,
desarmarme y soltarme, dejar de aguantar porque sé que puedo aguantar, pero no quiero. Luego mamá me mira e intenta hacerme entender que es ésto, que todo lo demás no existe. Pero yo sé que existe; aquello que no existe no puede, al fin y al cabo, desgarrarte por dentro.
Fotografío otro atardecer más que no puedo vivir, y se me vuela una tarde más que apenas puedo acariciar. No me reconozco entre tantos "tienes que". He dejado de ser entre todos los punzones que me han obligado a clavarme en los pulmones para luego decir que lo hice yo.
Hoy me he sentido un poco Ana Ozores.
Pero esta cárcel no es de oro; es de papel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario