domingo, 21 de diciembre de 2014

Mentira número 154: Sigo odiándote

Me miran como si estuvieran algo menos perdidos que yo, mientras arrastran sus cadenas a la altura de su coraje. Siempre he pensado que todos estamos igual de asustados, solo que algunos lo disimulan mejor. Y yo soy la cobarde por no querer sonreír ante su alarmante simpleza, ante todas sus mentiras y su vida de usar y tirar. Pero yo soy la cobarde.
Pero si yo soy la cobarde, si yo soy la del error constante y la ignorancia de lo importante, si de verdad creen que no son maneras, quiero que se atrevan a pasar un día en esta cabeza. Que tomen las decisiones que yo tomé y vean si duele, que sean libres por primera vez en su puta vida a pesar de que eso conlleve todos los escombros del mundo. Quiero que me acompañen durante una sola noche, y prueben conmigo el antídoto de destruirse y entender después que es la única forma eficaz de crecer. Quiero que se callen, que se callen todos y escuchen. Y luego quiero que se vayan.
He decidido hacer lo mismo que hizo Irene. Voy a coger todas esas ausencias y hacerla una, corpórea y casi tangible, una figura de curvas con niñas muertas y manos llenas de heridas de pincharse con las estrellas. Y después, voy a enamorarme de ella.

martes, 2 de diciembre de 2014

Mentira número 153: Hoy también

Que tengo mala cara, dice. Qué cara se supone que se tiene que tener cuando no te encuentras ni en la mirada del espejo. Qué cara supuestamente he de llevar puesta cuando no soy. Cuando no estoy, nunca, ni siquiera los martes cuando debería estar triste y echarte de menos. Qué gesto tiene que acompañarme cuando me echo de menos.
Me miran a veces como si fuera fuerte. Como si toda esta lucha viniera de todo lo que tengo que no puedo perder y he de proteger con el alma. Nadie me sostiene la mirada porque no dejo que vean que soy tan sólo la silueta de otra niña invisible que intenta llegar por medio de la tristeza, del amor, de la música. Que intenta llegar. Pero no llega. No llega porque no tiene destino, no llega nunca porque nunca la están esperando.
Debería abrir los ojos si supiera con certeza que los tengo cerrados. Los cerraría para descansar si los sintiera abiertos. Me recuerdo a la niña que se arrancó la mirada cuando vio por primera vez su corazón hecho pedazos. A la historia que conté una vez, de la niña. Y me aterra que el no ser capaz de escribir más historias sea porque ahora las historias que conté me están escribiendo a mí. Me hiela pensar que todo esto es tristeza, porque no era esto lo que tocaba. No ahora. No otra vez. No siempre.
Estoy tan cansada que lo único que me apetece es terminar de destruirme.
Pero hasta para eso soy cobarde.