"¿Por qué no existen tumbas de dos?
¿Por qué el adiós se siente en vena?
Amamos lo que perdimos,
queremos lo que envenena.
Y así nunca
nos salen las cuentas."
Desde que abrí los ojos esta mañana y esas palabras se desbordaron en mi cabeza, supe que la colisión era inminente e inevitable. Y como no podía ser menos, al siguiente parpadeo me encontraba golpeando las paredes de un baño público, con la garganta ensangrentada del llanto atravesado. Y con muchas, muchísimas ganas de salir corriendo. Para variar.
Estoy perdiendo el entusiasmo por cada rincón del mundo que me rodea. Solo un par de corazones, versos de poetas muertos (o demasiado lindos) y algún acorde traicionero son capaces de hacerme sentir que aún las venas tejen mi piel destrozada. Estoy absolutamente cansada. Me siento absolutamente indefensa y, por consiguiente, absolutamente imbécil. Y sentirme imbécil me hace sentir vulnerable. Y sentirme vulnerable me cansa. Y así paso los días, girando en ese círculo vicioso como quien gira en un pirouette constante y agotador, queriendo salir de él pero sin encontrar nada a lo que aferrarme para poder dejar de dar vueltas.
No entiendo nada, no me entiendo a mí y me odio por no hacerlo. Siento que a pesar de haber evitado a toda costa los abismos, me encuentro ahora con un montón de escombros con olor a rencor que crean el polvo denso y ácido que respiro. Vuelvo a estar herida; el arma que me hirió es lo de menos. El caso es que vuelvo a sentirme incapaz, vuelven a pesarme las mañanas y vuelvo, de nuevo, a querer frenéticamente lo que más me envenena; la soledad.
Mamá dice que hay que saber salir de todo esto, que a veces está bien pero no tanto, que quita la energía y crea agujeros en el alma. Puede que tenga razón, y puede que la rubia también tenga razón y nada de esto merezca la pena. Ellas saben nadar contra la marea. Yo soy más de hacerme la muerta y sentir cómo las olas manejan mi cuerpo a su antojo. Y si llueve pues mira, mejor para mi fuego. No sé si me explico.
Pero lo que más me destruye es que en el fondo y a pesar de estar bien así (que lo estoy, incrédulos), sigo esperando algo que me agite, alguien que haga trenzas con mis esquemas y juegue con mis ganas de destrucción masiva; y que se quede. Sobretodo que se quede. Que me vea dudar y se quede, que me vea estamparme y se quede, que me vea odiar y se quede. Porque lo de acariciarme las ruinas y salir corriendo me lo conozco más que de sobra. Y además, las ausencias se me hacen bola en la garganta.
Y así respirar se convierte en un reto extremo.
Y no puedo más.
"muchachas con el rostro hacia las nubes para que el chaparrón borre por fin las lágrimas" -M. Benedetti
martes, 24 de febrero de 2015
jueves, 19 de febrero de 2015
Mentira número 156: Casi las ocho de la tarde
Te echo de menos. Y lo digo por todas las veces que he querido gritarlo pero callé por no querer que me vieran sangrar. Te echo de menos cada día de la semana, te echo de menos en cada ocho de la mañana y en cada viaje en metro. Te echo de menos y se me clava en la garganta, y te juro que no soy capaz de recordarnos sin naufragar un poco. Cada vez que se pone el sol, cada vez que tengo sed y cada vez que vuelo entre el asfalto. Te echo de menos. Te echo terrible e irremediablemente de menos. Y tengo los pies destrozados de tanto querer salir corriendo a buscarte y tener que atarlos para frenar el impulso. Y llagas en la boca de morderme porque no lo haces tú. Pero, joder, no veas lo bien que se me da mencionarte sonriendo, y jugar a que se me ha olvidado tu nombre, y tener amordazado tu recuerdo.
Pero en el fondo, en ese fondo que no se ve pero araña y en el que tú te atreviste a asomar la mirada, me muero de ganas de quitarme este escudo de indolencia que es, por lo menos, tres tallas más pequeño que mi cuerpo, y cogerte la cara entre las manos, y decirte que no quiero volver a tener que echarte de menos de esta manera. Pedirte que no te vuelvas a ir. Como en septiembre, ¿te acuerdas?
pues claro que no
Pero en el fondo, en ese fondo que no se ve pero araña y en el que tú te atreviste a asomar la mirada, me muero de ganas de quitarme este escudo de indolencia que es, por lo menos, tres tallas más pequeño que mi cuerpo, y cogerte la cara entre las manos, y decirte que no quiero volver a tener que echarte de menos de esta manera. Pedirte que no te vuelvas a ir. Como en septiembre, ¿te acuerdas?
pues claro que no
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