Papá se va a la cama después de decir con un suspiro, "a ver si hoy consigo dormir algo". Se oyen los coches a lo lejos, Junio aprieta en los termómetros y es medianoche en Carabanchel. Lo único que ilumina mi rostro, a parte de la lámpara del salón, es una pantalla en la que se suceden constantemente fotografías. Paisajes, sexo, chicas bonitas, ciudades y frases escritas sin interés sobre papeles rotos. Las imágenes desfilan ante mis ojos cansados como una película con un filtro frío. Alguien grita en la calle. Dos gatos se pelean, bufan, corren. Se oye el lavavajillas en la cocina, el ascensor en el descansillo, mientras los mosquitos entran desorientados por la ventana.
Y mientras tanto en mi cabeza ocurren cosas no más importantes; ropa nueva, las calles de Malasaña, el pintalabios de la rubia, la tristeza infinita de Virginia Woolf, los chicos, el metro y el verano. El verano.
El verano que ni es mi enemigo ni lo pretende. El verano que llega callado y de repente, y se queda en el cristal de las ventanas de mi habitación esperando a que me duerma. Ese verano de insomnio, frenético y pausado y eterno y efímero y etéreo, ese verano que es mi vida y mi tregua y mi acantilado. Ese verano y todas las cosas que han sido, toda la batalla de antes y la sangre de después, todo lo que pasa en invierno y todo lo que sólo puede pasar en verano. Y menos mal que el verano.
Menos mal que sale el sol y las chicas lucen sus piernas llenas de coraje, y se abren las terrazas y corre la cerveza y Madrid es un horno, pero es el horno con más alma del mundo. Menos mal que aún llega el verano y vuelvo a sentirme como si tuviera dieciséis y me acabaran de romper el corazón, y las costillas, y el miedo, y como si una inmensa playa se extendiera ante mí en Junio, con Septiembre allá a lo lejos y unas ganas terribles de dejarme el frío y el cansancio en tres meses de mar. Menos mal que aún puedo sentarme en el sofá cuando toda la casa duerme y escribir cuatro estupideces sin interés que para mí significan que todavía no me he borrado del todo. Que aún tengo algo que escribir, aunque sea que papá duerme y que hace calor, porque detrás de todo esto están mis dedos escarbando en el vacío que siempre deja el invierno y que sólo puede hacerse pequeño en las madrugadas de Junio, como si de repente toda mi vida pudiera resumirse en que es verano, en que he llegado viva a la mentira número ciento sesenta y uno y en que pienso devolverme a la vida así, con sueño, pálpito y paciencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario