martes, 17 de diciembre de 2019

mentira número 171: sólo el viento

No sé amar si no es con todas las costillas que tengo.
Y espero, siempre que me ponga triste, hacerlo así, con todo el cuerpo y toda mi vida.
No sé no decir que quiero lo que quiero, a quien quiero, y mucho menos sé disimularlo.
No sé "dejarlo pasar", "no pensarlo tanto", "estar tranquila". No sé estar tranquila. No quiero estar tranquila.
Si lo estuviera no habría una bandada de jilgueros en mi garganta, ni una manada de lobos en mi estómago. Si lo estuviera no podría mirar a los ojos con esta verdad que es tan don como tormento.
No sé no tener prisa, ni pelear con armas de fuego en vez de con las uñas y los dientes. No sé no mirarme al espejo cada vez que paso en frente de uno, como mira un niño su reflejo por primera vez. No sé pensar sin morderme los dedos y los labios, no sé llegar a mi hora, no sé correr si me lo piden. No sé parar si lo pretenden. No sé crear un orden, y mucho menos mantenerlo.
A veces no sé tener, guardar. Sobre todo paciencia en lo primero, y calma en lo segundo. No sé tapar el cristal que tengo en el pecho para crear misterio (y a veces me encantaría, dios mío, tanto).
Y claro que me pesa todo lo que no sé. Tanto que de vez en cuando se me hunden las plantas en la tierra y no puedo moverme, y el viento me escuece y el cielo se me desploma sobre los omóplatos. Tanto que a veces se me olvida respirar, y dejo de querer ser bella, buena, fuerte, inteligente, poderosa.
Supongo que todo esto va de saber qué es todo lo que no sabes. Y de a veces, no tener que ser bella, buena, fuerte, inteligente, poderosa.

Y ser sólo el viento.

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