Pensé en mi prima. En su capacidad para transformarlo todo en un atardecer de verano. En que, viviendo a cuatro calles de mí, nunca habría imaginado que ir a verla supondría un delito. Siempre dije que nada, jamás podría separarme de ella. Little did I fucking know.
Pensé en mi hermana. En la imagen suya merodeando por la casa, buscando algo a lo que aferrarse, para acabar, como siempre, tumbada en el sofá con el móvil entre las manos. Nunca pensé que me dolería tanto escribir que, en el fondo, la compadezco un poco.
Pensé en mi madre. Ahí fuera, luchando contra un virus que está transformando el mundo. Aquí en casa, me resulta insoportable su constante discurso sobre lo que está bien y lo que está mal. Jamás había sido tan consciente como ahora.
Pensé en Adri. Cómo estará Adri.
Pensé en mi chica. Con lo muchísimo que valoré siempre tocar su cuerpo, besar su cara, oler su olor, ahora me parece que ni siquiera todo es valor fue suficiente. Ayer la dije que me daba miedo que esto nos hiciera daño. Ella me dijo que me quería. Yo seguí teniendo miedo de que esto nos hiciera daño. De que cuando todo esto acabe pasemos una, dos, tres semanas quizás en una explosión arrolladora de liberación, fascinación, éxtasis, y que las semanas de después, en comparación, nos hagan darnos cuenta de que nada fue para tanto. De que nunca fuimos para tanto.
Pensé en mí. Me vi desde fuera, apoyada en la baranda, fumando un cigarro (innecesario), con la cabeza rapada enfundada en una capucha negra de pelo. "Qué romántica ha sido siempre. Pareces la escena de una película indie francesa", pensé. Me reí un poco. Luego me puse mucho más triste que antes. Pensé que quizás sin los bares y los abrazos, yo no soy nada. Pensé después que si no fuera nada, esta tristeza no existiría. Pensé que esa tristeza ya existía antes del confinamiento, y me sentí aliviada.
Al final, como siempre, es la tristeza la que me proporciona el equilibrio que me conecta con el mundo.
(Qué romántica he sido siempre.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario