jueves, 19 de diciembre de 2013

Mentira número 133: Mi traje de jueves

Mi corazón, y mi habitación. No es mal símil. Caos absoluto, que cada X tiempo pide a gritos orden. Y se lo das, sólo para poder respirar, sin darte cuenta hasta unos momentos después, que es en tu particular caos donde realmente respiras con toda tu alma.
Me gusta respirar. No sé si sois conscientes del privilegio que se nos brinda cuando alguien nos da un par de bolsas y nos las coloca en el pecho, para quitarle trabajo al corazón. O a mi habitación. O.
Podría escribir lo frío que está siendo este diciembre, lo gris, lo bello, lo extraño, mis noches. Pero, bueno, simplemente diré que se me llena de polvo la nariz cada vez que huelo la escarcha del fondo. Del fondo de aquí dentro, digo. Que se congela por momentos, y es terrorífica la forma en la que resulta reconfortante. Siempre tuve algún extraño vínculo con el frío, quizás porque somos iguales. Azules, punzantes, absolutos.
Es curioso cómo también, todo mi alrededor se ha tornado hielo, y mientras yo bajo mis grados en consecuencia, ellos me gritan desde el fondo que no me atreva a bajar ahí. Que luego no hay sol de verano que deshaga tanto estropicio. Y qué hago yo ahora, si no me entiendo ni yo. Es que, jamás me gustó el cero. Ni para grados, ni para gotas de lluvia, ni para uñas en el cuello. Mis virtudes jamás se encontraron en ningún término medio, y por término podría terminar en tu garganta, pero eso es otro tema.
Creí que ésto de acostumbrarse a la soledad tendría un límite. Y creí que, a pesar de necesaria y deliciosa a veces, jamás terminaría de ser agradable. Y ahora, la luna luce más linda cuando no la comparto con nadie. Ahora camino sola, por las calles mojadas, y por todo lo de más. Y no me desagrada. Me he enamorado de la calma, de la quietud, del sosiego que me abraza mientras aquí dentro todo explota, pero siempre en silencio.
Me gusta estar así. En estado de espera, como bien cantó Robe una vez, y canta cada día en mi cabeza. Últimamente son esas voces rasgadas la única compañía que me apetece. Últimamente somos yo y mis fantasmas, yo y mis pájaros, yo encerrada en mí, introspección y paz. Una paz que desconocía y que ahora se amolda a cada rinconcito de mi forma y me paraliza. Quédate quieta. Respira. Calla.
Y qué si me reduzco a ésto.
Y qué si era ésto lo que traía diciembre.

y qué si es mucho lo que se lleva

viernes, 13 de diciembre de 2013

Mentira número 132: Los tópicos no se hacen viejos

Hola.
He venido para deciros que acabo de dejar de creer en los cumpleaños.
Una fecha no es decisiva. En un día no ocurre nada lo suficientemente relevante como para sentirse diferente como persona. La madurez no aumenta cada trescientos sesenta y cinco días, como quien se pasa el nivel de un videojuego. No existen las fiestas de cumpleaños ostentosas y alegres, con globos, y tartas, y risas -no- fingidas. No hay ese regalo. No se cambian las costumbres en veinticuatro horas. No.
Supongo que es triste perder la ilusión de un cumpleaños. Supongo que esa es una de las heridas que jamás le perdonaré al tiempo y, supongo, que ésto no era lo que esperábais leer el día que cumpliera los ansiados sweet sixteen.
Es que no es real. Un día te levantas y esperas que algo se mueva en la boca de tu estómago, pero resulta que tan sólo es hambre de un qué que no conoces aún. Días previos, contar las horas, todo eso se desvanece cuando te das cuenta de que al fin y al cabo, todo es una excusa. A mi favor, cuando los de verdad -que cada vez tengo más meridiano quiénes, aunque no lo quiera ver- te escriben de repente lo importante que eres en la rutina, o la excepción. Y eso siempre ayudó, y ayudará. Y ayuda hoy, un catorce de diciembre. En mi contra, cuando de repente miras a tus amigos -me encantaría poder contaros qué significa esa palabra para mí, pero no hoy. Eh, es mi cumpleaños- y ves que te sonríen como quien sonríe ante la educación o la simple cordialidad, que es peor. Cuando buscas en sus pupilas mientras escuchas un fingido "¡feliz cumpleaños!", y no ves nada. Nada. Quizás ganas de pasarlo bien, maquillaje, luces y fotografías. Nada. 
Te replanteas el sentido del ansiado día cuando la hipocresía y la alegría forzada salen a flote en personas que, vaya, hasta creías importantes.
Aunque supongo que tiene su parte buena. Ya sabéis, por eso de que es mejor tener un jardín de lirios que mil hectáreas de rastrojos. De esos que se queman. Con fuego. Y rabia. Pero ese es otro tema.
Los primeros tres cuartos de hora de mi día -pero qué gilipollez tan enorme, ojalá pudiera realmente poseer mil cuatrocientos cuarenta minutos y moldearlos a mi antojo- han sido, algo así como curiosos. Podría calificarlos como deprimentes, patéticos, felices, o una lección de vida. Pero lo dejaré en ese adjetivo que tanto me gusta. Curiosos.
Pues bien, mil sandeces tecleadas sin seguramente haber sido pensadas me esperan para ser leídas. Tengo dos opciones: destruirme, o carcajearme. Creo, elegiré la segunda.
Por eso de que te tienes que reír mucho el día de tu cumpleaños .

domingo, 8 de diciembre de 2013

Mentira número 131: Se me han acabado las salvaciones

Si escribís para no dejarlo todo perdido de dolor, entonces entenderéis la de valentía que hay que reunir para sentarse aquí a teclear todas las estupideces que se acumulan en esta puta cuidad.
Tenemos un problema. La soledad ha aprendido a correr y ahora no hace más que perseguirme. A mí jamás se me dio bien huir de nada, así que aquí estoy, haciéndole frente como si de uno de esos obstáculos vitales se tratara. Pero no, la soledad va de otro color. 
Lo más duro de huir de Madrid en los puentes, es tener que volver y ver que el mundo que tanto te costó construir ahí fuera, es sólo una paralela irrealidad creada por la necesidad de la tristeza maquillada de bohemia. El gris de la boina madrileña me recuerda que el invierno más duro del mundo me está esperando entre edificios altos y caras largas mal teñidas de sonrisas.
Por suerte aún queda algo de calor entre la niebla, mientras ella te abraza y derrama unas lágrimas que, de alguna paradójica forma, te hacen sentir que no estás sola. Por suerte siempre queda algo de calor en alguna parte.
-¿Por qué?
-Demasiado duro el invierno, Noah.
Y qué voy a decir ahora. Me encantaría decir la verdad, que tengo que pasar por ésto porque no me queda otra y que, como siempre, cuando todo esto acabe, seré un poco más fuerte. Pero no puedo. Hoy es domingo, hoy es Diciembre, noche cerrada y, demasiado duro el invierno. Qué le voy a hacer.
Aunque, si de paradojas hablamos, me gustaría averiguar qué dulce milagro hará que mañana abra los ojos sabiendo que el invierno no se ha ido y muriéndome por besar sus labios de escarcha.
Y volvemos al mismo sinsentido de siempre.
Un invierno que me destruye y me mantiene respirando,
para ver cómo el vaho, al menos,
sí sabe hacerle el amor.