viernes, 13 de diciembre de 2013

Mentira número 132: Los tópicos no se hacen viejos

Hola.
He venido para deciros que acabo de dejar de creer en los cumpleaños.
Una fecha no es decisiva. En un día no ocurre nada lo suficientemente relevante como para sentirse diferente como persona. La madurez no aumenta cada trescientos sesenta y cinco días, como quien se pasa el nivel de un videojuego. No existen las fiestas de cumpleaños ostentosas y alegres, con globos, y tartas, y risas -no- fingidas. No hay ese regalo. No se cambian las costumbres en veinticuatro horas. No.
Supongo que es triste perder la ilusión de un cumpleaños. Supongo que esa es una de las heridas que jamás le perdonaré al tiempo y, supongo, que ésto no era lo que esperábais leer el día que cumpliera los ansiados sweet sixteen.
Es que no es real. Un día te levantas y esperas que algo se mueva en la boca de tu estómago, pero resulta que tan sólo es hambre de un qué que no conoces aún. Días previos, contar las horas, todo eso se desvanece cuando te das cuenta de que al fin y al cabo, todo es una excusa. A mi favor, cuando los de verdad -que cada vez tengo más meridiano quiénes, aunque no lo quiera ver- te escriben de repente lo importante que eres en la rutina, o la excepción. Y eso siempre ayudó, y ayudará. Y ayuda hoy, un catorce de diciembre. En mi contra, cuando de repente miras a tus amigos -me encantaría poder contaros qué significa esa palabra para mí, pero no hoy. Eh, es mi cumpleaños- y ves que te sonríen como quien sonríe ante la educación o la simple cordialidad, que es peor. Cuando buscas en sus pupilas mientras escuchas un fingido "¡feliz cumpleaños!", y no ves nada. Nada. Quizás ganas de pasarlo bien, maquillaje, luces y fotografías. Nada. 
Te replanteas el sentido del ansiado día cuando la hipocresía y la alegría forzada salen a flote en personas que, vaya, hasta creías importantes.
Aunque supongo que tiene su parte buena. Ya sabéis, por eso de que es mejor tener un jardín de lirios que mil hectáreas de rastrojos. De esos que se queman. Con fuego. Y rabia. Pero ese es otro tema.
Los primeros tres cuartos de hora de mi día -pero qué gilipollez tan enorme, ojalá pudiera realmente poseer mil cuatrocientos cuarenta minutos y moldearlos a mi antojo- han sido, algo así como curiosos. Podría calificarlos como deprimentes, patéticos, felices, o una lección de vida. Pero lo dejaré en ese adjetivo que tanto me gusta. Curiosos.
Pues bien, mil sandeces tecleadas sin seguramente haber sido pensadas me esperan para ser leídas. Tengo dos opciones: destruirme, o carcajearme. Creo, elegiré la segunda.
Por eso de que te tienes que reír mucho el día de tu cumpleaños .

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