Tenemos un problema. La soledad ha aprendido a correr y ahora no hace más que perseguirme. A mí jamás se me dio bien huir de nada, así que aquí estoy, haciéndole frente como si de uno de esos obstáculos vitales se tratara. Pero no, la soledad va de otro color.
Lo más duro de huir de Madrid en los puentes, es tener que volver y ver que el mundo que tanto te costó construir ahí fuera, es sólo una paralela irrealidad creada por la necesidad de la tristeza maquillada de bohemia. El gris de la boina madrileña me recuerda que el invierno más duro del mundo me está esperando entre edificios altos y caras largas mal teñidas de sonrisas.
Por suerte aún queda algo de calor entre la niebla, mientras ella te abraza y derrama unas lágrimas que, de alguna paradójica forma, te hacen sentir que no estás sola. Por suerte siempre queda algo de calor en alguna parte.
-¿Por qué?
-Demasiado duro el invierno, Noah.
Y qué voy a decir ahora. Me encantaría decir la verdad, que tengo que pasar por ésto porque no me queda otra y que, como siempre, cuando todo esto acabe, seré un poco más fuerte. Pero no puedo. Hoy es domingo, hoy es Diciembre, noche cerrada y, demasiado duro el invierno. Qué le voy a hacer.
Aunque, si de paradojas hablamos, me gustaría averiguar qué dulce milagro hará que mañana abra los ojos sabiendo que el invierno no se ha ido y muriéndome por besar sus labios de escarcha.
Y volvemos al mismo sinsentido de siempre.
Un invierno que me destruye y me mantiene respirando,
para ver cómo el vaho, al menos,
sí sabe hacerle el amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario