domingo, 22 de junio de 2014

Mentira número 142: Con el sol

El verano. El verano, cielos. El verano es el campo, una guitarra, bandanas de colores, Malasaña, rock en directo, The Civil Wars, piernas ardiendo y noches en vela. Los pantalones llenos de flores de Blanca, el moreno de Lucía, mi vida careciendo de sentido cuando se vacía de ruido (y eso sí que es triste). Me preguntan si es que se fue la inspiración, pregunto yo si alguna vez se quedó y entonces me miran con los ojos vacíos para después cansarse de mí. Lo bueno es que ya estoy acostumbrada, y no me preguntéis cómo se acostumbra una a esas cosas porque os juro que tengo una presa de lágrimas justo detrás de los ojos y el día que abra las compuertas, la riada va a acabar con todas vuestras sorpresas. No estoy triste. No, de verdad, no tiene nada que ver con la tristeza, no se trata de autodestrucción, ni de heridas, ni de todo ese montón de frases en el aire empapadas de sangre. Es simplemente que Crono ha devorado también mis ganas, mis miradas a ese futuro prometido como si fuera una salvación anhelada. Pero yo en el futuro no veo más que abismo, que cosas que se terminan, cosas buenas que se terminan y yo marchitándome. La desesperación dio paso a una especie de madurez de hormigón que está acabando con mis alas.
Solía ser una niña preocupada por las fiestas de cumpleaños, por la soledad, solí ser una pre-adolescente preocupada por la virginidad. Y, mira, si la adolescencia es esto os podéis quedar con vuestras jodidas ganas de desaparecer constantes. Sí, hay cosas buenas, pero duran poco y por eso reniego. Todo el sudor que vertí desaparece con el río del que hablaba Manrique. Y luego el mar es ese del norte que espero me cure las espinillas donde tengo acumulada toda la rutina, toda la necesidad de formar unos cimientos sobre los que crecer y pudrirme, pudrirme como se pudren todas esas corbatas, todos esos fines de mes y todas esas vidas que se pudren. Que se pudren.
Supongo que es tarde y no debería estar aquí, pero escribir se me hace más fácil a estas horas porque todo pierde el sentido y se quedan los sentimientos desnudos, en bruto, ardiendo. Y alguien dijo un día (pongamos yo, hoy mismo), si vas a escribir que queme.
Entonces tengo que estar haciéndolo de puta madre, porque me abrasa la vida.

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