Octubre trae el deshielo. Atardezco mientras los primeros
pájaros emigran hacia un lugar que se parezca un poco más a tu corazón y un
poco menos al mío. Yo me quedo en el otoño, que me colorea las nubes de naranja
para que pierda el miedo a volar. Y subo las persianas hasta la estratosfera para
poder verme. Porque, cuando las primeras hojas caen con esa delicadeza
magistral, yo siento celos y me tiro.
Hoy me han dicho que si tuviera que ser un arte, sería
impresionismo. Hay gente que tiene un talento especial para las cosas
invisibles, y las envuelven con sus manos y te las enseñan con miedo a que se
escapen, como quien enseña un pequeño insecto que acaba de atrapar.
Que si te
alejas un poco cobro sentido, dice.
Quizás por eso mi espacio vital tiene las dimensiones de mi
cabeza. Y con deciros que aún no conozco sus límites, os podéis imaginar el
frío que hace aquí por las noches.
Aun así, me gusta el impresionismo. No me desagrada la idea
de ser ininteligible desde cerca (eso explica muchas de las miradas a los ojos
que seguían a los besos en los portales). Quiero decir, al fin y al cabo un
prejuicio sobre algo que no se entiende es un prejuicio irreal.
Aunque, bueno,
duele lo mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario