Está siendo la primavera-invierno más larga de la historia. Ya no recuerdo cómo era el calor, qué forma tenía, qué canciones sonaban cuando aún podía oír algo. Ya apenas me recuerdo sin cadenas, sin losas de piedra sobre mis vértebras; ya apenas me recuerdo con ganas.
Está siendo el duelo más largo de la historia. Tan largo, tan infinito que he asumido que es mi hogar y que no puedo respirar en otro sitio que no sea el campo de batalla. Ya no me tengo en pie. Ya no me tengo. He pintado la pared con la sangre de mi niña interior, con el fantasma de mi sonrisa. Llevo cansada tanto tiempo que ya no creo que pueda estar de otra manera. Y ni siquiera me doy lástima. Nadie tiene lástima de los muertos.
Escribo triste porque estoy triste. Porque estoy triste, joder, estoy simplemente triste, exactamente triste, irremediablemente triste. Todo el rato triste. Ya no me levanto de la cama para ver si ha salido el sol, sino con la esperanza de que las nubes lo hayan tapado para siempre. Ya no me levanto de verdad; tan sólo saco el cuerpo de la cama y dejo que lo manejen los demonios, mientras mi pájaro azul se congela (en Madrid, en pleno Junio) y me mira como miran las niñas castigadas.
Es como si no fuera yo, como si nada de esto fuera mío. Como en esas películas en las que alguien es sustituido por un clon que se comporta con automática corrección, y nadie hecha de menos al sujeto real. Mi clon es el que vive la patética rutina de "lo que toca", mientras mi verdadero yo, Ede, pide auxilio con los ojos, amordazada y maniatada en un desván lleno de espejos donde gritar es inútil porque el silencio siempre es más grande.
Ya no recuerdo cómo era salir a la calle y no intoxicarse, abrir los ojos y no sangrar, volar sin arrastrar las cadenas, reír. Ya no recuerdo cómo era reír. Os juro que ya no me recuerdo sin el triste maquillaje de la asfixia, sin las ojeras y sin las manos destrozadas por el miedo. El miedo. Todo el rato el miedo.
Que no queda nada, dicen. Que va a merecer la pena, dicen. Que ya verás, cuando termines, qué bien vas a estar y qué lindo va a ser todo. Pero cómo queréis que me crea que se irá una agonía que lleva conmigo tanto tiempo que se me ha hecho lunar en la espalda. Cómo queréis que no me entren ganas de mandaros a la mierda y salir corriendo después, a un sitio en el que la libertad signifique algo. Lo que sea.
Estoy tan consumida que ni siquiera me apetece sonreír a extraños, caminar sola, bailar desnuda. Estoy tan consumida que estoy perdiendo la poca inocencia, el poco sentido que me quedaba.
Cómo queréis que esté bien, si ya no recuerdo cómo se hacía.
"muchachas con el rostro hacia las nubes para que el chaparrón borre por fin las lágrimas" -M. Benedetti
martes, 23 de junio de 2015
viernes, 8 de mayo de 2015
Mentira número 158: Dadaísmo por doquier
Me aburrís. Me aburren las obligaciones impuestas sin ningún tipo de criterio racional coherente. Me aburre madrugar. Joder que si me aburre. Me aburre oír que todo va a salir bien sin explicación. Me aburre que no tengáis ni idea de lo que queréis y consideréis que eso os da derecho a marearme las ganas. Tenéis una estupidez y una falta de principios que son el opio de vuestra moral. Me aburre vuestra falta de interés, vuestra simpleza y vuestra superficialidad como filosofía de vida.
Me aburre la primavera, me aburren las mañanas y me aburre el café. Me aburre no tener absolutamente nada por lo que jugarme la vida, como diría Escandar. Ah, y me aburre este montón de mierda que me sale de los dedos. Luego tengo los huevos de decir que escribo. Hasta las mentiras me aburren. Hasta el deseo, hasta la masturbación, hasta el amor. Sobre todo el amor. Me aburre todo lo que creo conocer, todo lo que me rodea y ya me ha tocado, todo lo que está dentro de mi zona de confort.
Me aburre guardar la compostura, seguir el hilo, sonreír, quejarme. Me aburre tener que acatar un protocolo que no entiendo, que no me gusta, que no me queda bien. Me aburren los sujetadores, el metro, los espejos. Me autoaburro, me retroaburro, me neoaburro, me metoaburro.
Y el aburrimiento lleva al cansancio, y el cansancio a la desidia y la desidia a la indolencia pero nunca del todo, y qué ganas tengo de salir de aquí, y cómo te deseo, y qué guapa estás hoy, y qué buen día, y cuántas cosas que hacer, y qué canción más bonita, y qué ataque de risa más tonto, y cuánta tristeza, y tú quién eres.
Tengo tantas ganas de acabar con todo esto que el día que todo esto se acabe, todas esas ganas no van a servirme de nada. Y entonces sonreiré como sonríe el malo de la película antes de que le peguen un tiro en la frente.
Pero qué mas da, si todo va a estar bien.
Porque todo va a estar bien, ¿verdad?
¿verdad?
martes, 24 de febrero de 2015
Mentira número 157: ¿Y si Dido tenía razón?
"¿Por qué no existen tumbas de dos?
¿Por qué el adiós se siente en vena?
Amamos lo que perdimos,
queremos lo que envenena.
Y así nunca
nos salen las cuentas."
Desde que abrí los ojos esta mañana y esas palabras se desbordaron en mi cabeza, supe que la colisión era inminente e inevitable. Y como no podía ser menos, al siguiente parpadeo me encontraba golpeando las paredes de un baño público, con la garganta ensangrentada del llanto atravesado. Y con muchas, muchísimas ganas de salir corriendo. Para variar.
Estoy perdiendo el entusiasmo por cada rincón del mundo que me rodea. Solo un par de corazones, versos de poetas muertos (o demasiado lindos) y algún acorde traicionero son capaces de hacerme sentir que aún las venas tejen mi piel destrozada. Estoy absolutamente cansada. Me siento absolutamente indefensa y, por consiguiente, absolutamente imbécil. Y sentirme imbécil me hace sentir vulnerable. Y sentirme vulnerable me cansa. Y así paso los días, girando en ese círculo vicioso como quien gira en un pirouette constante y agotador, queriendo salir de él pero sin encontrar nada a lo que aferrarme para poder dejar de dar vueltas.
No entiendo nada, no me entiendo a mí y me odio por no hacerlo. Siento que a pesar de haber evitado a toda costa los abismos, me encuentro ahora con un montón de escombros con olor a rencor que crean el polvo denso y ácido que respiro. Vuelvo a estar herida; el arma que me hirió es lo de menos. El caso es que vuelvo a sentirme incapaz, vuelven a pesarme las mañanas y vuelvo, de nuevo, a querer frenéticamente lo que más me envenena; la soledad.
Mamá dice que hay que saber salir de todo esto, que a veces está bien pero no tanto, que quita la energía y crea agujeros en el alma. Puede que tenga razón, y puede que la rubia también tenga razón y nada de esto merezca la pena. Ellas saben nadar contra la marea. Yo soy más de hacerme la muerta y sentir cómo las olas manejan mi cuerpo a su antojo. Y si llueve pues mira, mejor para mi fuego. No sé si me explico.
Pero lo que más me destruye es que en el fondo y a pesar de estar bien así (que lo estoy, incrédulos), sigo esperando algo que me agite, alguien que haga trenzas con mis esquemas y juegue con mis ganas de destrucción masiva; y que se quede. Sobretodo que se quede. Que me vea dudar y se quede, que me vea estamparme y se quede, que me vea odiar y se quede. Porque lo de acariciarme las ruinas y salir corriendo me lo conozco más que de sobra. Y además, las ausencias se me hacen bola en la garganta.
Y así respirar se convierte en un reto extremo.
Y no puedo más.
¿Por qué el adiós se siente en vena?
Amamos lo que perdimos,
queremos lo que envenena.
Y así nunca
nos salen las cuentas."
Desde que abrí los ojos esta mañana y esas palabras se desbordaron en mi cabeza, supe que la colisión era inminente e inevitable. Y como no podía ser menos, al siguiente parpadeo me encontraba golpeando las paredes de un baño público, con la garganta ensangrentada del llanto atravesado. Y con muchas, muchísimas ganas de salir corriendo. Para variar.
Estoy perdiendo el entusiasmo por cada rincón del mundo que me rodea. Solo un par de corazones, versos de poetas muertos (o demasiado lindos) y algún acorde traicionero son capaces de hacerme sentir que aún las venas tejen mi piel destrozada. Estoy absolutamente cansada. Me siento absolutamente indefensa y, por consiguiente, absolutamente imbécil. Y sentirme imbécil me hace sentir vulnerable. Y sentirme vulnerable me cansa. Y así paso los días, girando en ese círculo vicioso como quien gira en un pirouette constante y agotador, queriendo salir de él pero sin encontrar nada a lo que aferrarme para poder dejar de dar vueltas.
No entiendo nada, no me entiendo a mí y me odio por no hacerlo. Siento que a pesar de haber evitado a toda costa los abismos, me encuentro ahora con un montón de escombros con olor a rencor que crean el polvo denso y ácido que respiro. Vuelvo a estar herida; el arma que me hirió es lo de menos. El caso es que vuelvo a sentirme incapaz, vuelven a pesarme las mañanas y vuelvo, de nuevo, a querer frenéticamente lo que más me envenena; la soledad.
Mamá dice que hay que saber salir de todo esto, que a veces está bien pero no tanto, que quita la energía y crea agujeros en el alma. Puede que tenga razón, y puede que la rubia también tenga razón y nada de esto merezca la pena. Ellas saben nadar contra la marea. Yo soy más de hacerme la muerta y sentir cómo las olas manejan mi cuerpo a su antojo. Y si llueve pues mira, mejor para mi fuego. No sé si me explico.
Pero lo que más me destruye es que en el fondo y a pesar de estar bien así (que lo estoy, incrédulos), sigo esperando algo que me agite, alguien que haga trenzas con mis esquemas y juegue con mis ganas de destrucción masiva; y que se quede. Sobretodo que se quede. Que me vea dudar y se quede, que me vea estamparme y se quede, que me vea odiar y se quede. Porque lo de acariciarme las ruinas y salir corriendo me lo conozco más que de sobra. Y además, las ausencias se me hacen bola en la garganta.
Y así respirar se convierte en un reto extremo.
Y no puedo más.
jueves, 19 de febrero de 2015
Mentira número 156: Casi las ocho de la tarde
Te echo de menos. Y lo digo por todas las veces que he querido gritarlo pero callé por no querer que me vieran sangrar. Te echo de menos cada día de la semana, te echo de menos en cada ocho de la mañana y en cada viaje en metro. Te echo de menos y se me clava en la garganta, y te juro que no soy capaz de recordarnos sin naufragar un poco. Cada vez que se pone el sol, cada vez que tengo sed y cada vez que vuelo entre el asfalto. Te echo de menos. Te echo terrible e irremediablemente de menos. Y tengo los pies destrozados de tanto querer salir corriendo a buscarte y tener que atarlos para frenar el impulso. Y llagas en la boca de morderme porque no lo haces tú. Pero, joder, no veas lo bien que se me da mencionarte sonriendo, y jugar a que se me ha olvidado tu nombre, y tener amordazado tu recuerdo.
Pero en el fondo, en ese fondo que no se ve pero araña y en el que tú te atreviste a asomar la mirada, me muero de ganas de quitarme este escudo de indolencia que es, por lo menos, tres tallas más pequeño que mi cuerpo, y cogerte la cara entre las manos, y decirte que no quiero volver a tener que echarte de menos de esta manera. Pedirte que no te vuelvas a ir. Como en septiembre, ¿te acuerdas?
pues claro que no
Pero en el fondo, en ese fondo que no se ve pero araña y en el que tú te atreviste a asomar la mirada, me muero de ganas de quitarme este escudo de indolencia que es, por lo menos, tres tallas más pequeño que mi cuerpo, y cogerte la cara entre las manos, y decirte que no quiero volver a tener que echarte de menos de esta manera. Pedirte que no te vuelvas a ir. Como en septiembre, ¿te acuerdas?
pues claro que no
sábado, 3 de enero de 2015
Mentira número 155: Año nuevo, vida nueva, y una mierda
Me he puesto guapa para salir a destrozar cosas, como hacen las malas de las películas. No tengo ningún tipo de plan B, y el A ya no sirve porque me lo he fumado. Tampoco tengo ni idea de cómo voy a seguir con todo esto, pero me apetece ver qué sale de una cabeza sin pretextos, me apetece ver qué pasa cuando se te acaban los sueños y las ganas y el miedo. Las aspiraciones las dejo para los cigarros encendidos. Y del resto sigo sin tener ni idea.
Empieza un año nuevo y me apetece jugar a que tengo otra oportunidad virgen para volver a pasármelo bien haciéndolo todo mal. Yo tampoco sé de dónde sale toda esta soberbia, supongo que se me agotó la tristeza, y mientras espero a que vuelva lo mejor que puedo hacer es volar desnuda. Porque siempre vuelve. Y porque desnuda estoy más guapa.
Tres de enero, tengo más dudas que propósitos y más propósitos que ganas. Cualquier excusa es buena para llamar a Lurp y que venga a bailar conmigo al son de cualquier cantante comercial de mierda; cualquier excusa es buena ya para sonreír. Me esperan los peores cinco meses de mi vida, tengo el corazón roto en diez pedazos desiguales (en honor al argentino Salem) y soy incapaz de mantener la concentración más de media hora para hacer de mi vida algo digno y con fundamento útil. Pero cuando entra el sol por la ventana del salón y huele a velas perfumadas de fresa, y no hay nadie en casa y suena Bob Dylan más alto de lo que debería, y aún quedan cinco días para armarse de valor y has dormido trece horas y te sientes como esas chicas morenas y guapas de las fotos, cualquier excusa es buena para sonreír.
Me apetece jugar a ser feliz, a ver si les explota la cabeza viéndome sonreír.
Empieza un año nuevo y me apetece jugar a que tengo otra oportunidad virgen para volver a pasármelo bien haciéndolo todo mal. Yo tampoco sé de dónde sale toda esta soberbia, supongo que se me agotó la tristeza, y mientras espero a que vuelva lo mejor que puedo hacer es volar desnuda. Porque siempre vuelve. Y porque desnuda estoy más guapa.
Tres de enero, tengo más dudas que propósitos y más propósitos que ganas. Cualquier excusa es buena para llamar a Lurp y que venga a bailar conmigo al son de cualquier cantante comercial de mierda; cualquier excusa es buena ya para sonreír. Me esperan los peores cinco meses de mi vida, tengo el corazón roto en diez pedazos desiguales (en honor al argentino Salem) y soy incapaz de mantener la concentración más de media hora para hacer de mi vida algo digno y con fundamento útil. Pero cuando entra el sol por la ventana del salón y huele a velas perfumadas de fresa, y no hay nadie en casa y suena Bob Dylan más alto de lo que debería, y aún quedan cinco días para armarse de valor y has dormido trece horas y te sientes como esas chicas morenas y guapas de las fotos, cualquier excusa es buena para sonreír.
Me apetece jugar a ser feliz, a ver si les explota la cabeza viéndome sonreír.
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