Sé que algo no va bien cuando el simple hecho de pensar en ponerle palabras a lo que siento me genera una mezcla entre miedo, desidia y pereza. Siempre lo he sabido. Cuando prefiero coger el móvil y deslizar el dedo por palabras y fotos ajenas, hacerme un té o simplemente mirar por la ventana. Cuando no quiero escribir sobre cómo me siento, es ahí dónde sé que se ha apretado el nudo.
Últimamente no me encuentro en lo que es mío. He dejado tanto en las canciones, las entrevistas, su cama, la fruta que le compro a Ahmed, los ejercicios, los abrazos a mamá, las series de televisión, las redes sociales, las conversaciones con Luci, los pensamientos en la pandemia, mi hermano, la ducha, la comida, la cerveza de después de cenar, las miradas inconscientes a la pantalla de mi móvil a ver si ella ha escrito... he dejado tanto de mí en todo eso que últimamente me levanto de la cama y no tengo ni idea de cómo enfrentarme al día. Hago cosas, hablo con la gente, me muevo, sudo, tarareo canciones, cocino, pierdo el tiempo. Todo ello impulsada por una especie de fuerza mínima invisible, una inercia insulsa y tenue. No tengo pasión. A veces siento un poco de miedo, un poco de calma, un poco de felicidad, un poco de añoranza, un poco de rabia. Pero no encuentro la pasión. No sé si la perdí o me la ahogaron, no sé si me la dejé en pensar en ella, en mis canciones o en el fin improbable de este encierro. El caso es que cada mañana abro los ojos, y no siento nada. Me tomo el café y no siento nada. Me abraza mi hermana y no siento nada. Me siento a escribir y no siento nada. Llega la noche, cierro la tapa del portátil, apago las luces, cierro los ojos. Y nada. Sólo algo de miedo de que ella se aleje y yo no sepa curarme, de que todas las buenas ideas en las que creo y que tengo dentro de mi cabeza se queden ahí y jamás nadie las vea, y sea pobre y me apague, de que nada vuelva a ser como antes. Pero ni siquiera ese miedo es para tanto. Nada es para tanto.
Me preguntan que cómo estoy y me quedo en blanco. Sabría cómo estoy si supiera dónde. Pero no me encuentro. Y lo peor es que en el fondo me da un poco igual.
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