Mírame. Estoy escribiendo un montón de correos. Estoy organizando mi vida futura en cuadrículas digitales, todo ha quedado apuntado para que la eficacia sea óptima, para tener siempre a mano mis horarios. Como hacen las personas adultas. También he puesto a punto mis facturas, he revisado mis ingresos y mis gastos, he limpiado de polvo mi habitación, he hecho café, me he puesto muy seria. Aún no me he hecho la cama porque siempre me ha parecido un acto inservible, pero quizás este sea el año en el que empiece a hacerlo. Y, además, me he decidido a leer Los hermanos Karamazov. Porque eso es lo que hacen los adultos, ¿no? Mírame. Toda seria. Reconduciendo mi vida según unos parámetros que parecen funcionarle a todo el mundo a mi alrededor. Desayunar fruta, beber agua, actualizar el calendario, hacer cuentas, decir muchas veces la palabra “curro”, darse importancia pero no mucha. Ocultar la tristeza. Dejar de lado todo aquello que nos hace sentir miserables, o al menos encerrarlo en una cajita pequeña dentro de nuestro tórax que solo podremos abrir bien entrada la madrugada con cierto porcentaje de alcohol en sangre como pretexto. Porque ser adulto es estar bien, aunque no lo estés. Es hacer cosas aunque tengas el alma rota y los pies rotos y la voz rota, aunque no haya ni una sola cosa en el mundo que, en realidad, te apetezca hacer. Que nadie lo note. Es obsceno. Es injusto para los niños de África. Tú tienes que estar bien porque tienes un buen móvil hecho de un coltán en el que muchos menores de edad se han dejado la infancia y la sangre. Tienes que estar bien porque el sol brilla a este lado del río, porque, en el fondo, no hay motivos para estarlo. Todo lo que pasa por dentro es mentira, es evitable, es fútil, es innecesario, sólo está en tu cabeza. Todo está en tu cabeza. Y es bien sabido que la cabeza puede sonar más bajito. Con auto ayuda, con lorazepames, con un diíta en el campo. O, como dice mi osteópata, respirando. Sólo respirando, y entrando así en equilibrio. A mí cuando me dice eso me dan ganas de responderle “tú lo que eres es un hijo de la gran puta”, pero no es eso lo que hacen los adultos. Los adultos ponen buena cara y asienten. Todo el rato. Y toda esa mierda que les encantaría soltar por la boca la guardan dentro de sí mismos, en la cajita pequeña dentro del tórax. Porque así se pagan las facturas. Así se cumplen los horarios. Así se reduce el abdomen. Así se está guapo. Así se está bien.
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