martes, 21 de diciembre de 2021

mentira número 191: hay una cara b

19 de diciembre de 2021


Últimamente en todas las conversaciones que tengo, busco la manera de acabar dirigiendo el tema hacia algún lado en el que yo pueda exponer mi teoría de cómo esta generación explota la idea de la hiperindependencia como una utopía absurda, que va incluso en contra de la naturaleza humana, y cómo hemos demonizado el “depender emocionalmente de alguien”, cómo hemos tergiversado su sentido y difuminado sus fronteras, y cómo nos ahogamos en un intento absurdo por llegar a ese “no necesitar a absolutamente nadie más que uno mismo para ser feliz”, autoflagelándonos cuando echamos en falta (¡la falta, esa cosa inadmisible!), cuando reclamamos, aunque sea internamente y en silencio novayaser, atención y cariño, sintiéndonos débiles cuando sentimos que necesitamos a ese amigo, a nuestra madre, ese reconocimiento en el trabajo, el calor de esa piel… y nos aferramos como imbéciles a esas frases que plagan Instagram de gente guapísima que nos enseña su “healing process” lleno de luz, mangos naranjas, incienso y atardeceres en la playa, y que nos intenta convencer de que ese es el camino a la autosuficiencia, al autoabastecimiento de amor y cuidados y atención, a la independencia emocional, a la perfecta y completa solitud, redonda y brillante, y vamos ahí desesperados porque queremos ser como esa gente guapa de las redes que come mango y hace yoga a la luz del sol, queremos encarnar ese discurso de absoluta autonomía, tomando la emancipación extrema como un fin para liberarnos de ese terrible dolor que es necesitar, demandar, exigir, porque todos esos verbos no esconden detrás otra cosa más que la carencia, la falta, la ausencia, el silencio; la nada. ¡Y nada más terrible que la nada! Hoy en día todo ha de ser abundancia, todo ha de ser una red de posesiones, mucha gente que nos rodea sin, por supuesto, qué horror, necesitar a ninguno de ellos!! Un montón de vínculos (personales, materiales, profesionales, de hábitos, de intereses, de prácticas) pero, por dios, todos livianos, todos a medias, todos sin llegar a donde duele, no vaya a ser que se genera esa terrible ¡¡¡dependencia!!! Y nos volvamos seres incompletos y delicados, damnificados y rotitos, resquebrajados por esa sucesión de ausencias y pedacitos arrancados que es la vida!!! Queremos salir ilesos de la vida y no hay peor condena condena más absurda condena más autocondena que perseguir la idea de salir ilesos de esta vida, de salir brillantes, de pasar sin ayuda. Esta vida sólo es soportable con el otro. Sin otredad a la que aferrarse, siendo esta dios, el amigo, la madre, la dopamina, el consumismo, el arte, o los porros que te fumas casi más como ritual que como intoxicación; la vida se convierte en algo absolutamente inaguantable. 


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