Posiblemente, si algún día me preguntas cómo estoy, y te respondo "Suelo asomarme a la ventana a altas horas de la madrugada cuando toda la calle está desierta, mirar la luna, y sonreír", no entenderás nada. Pues ya te adelanto, querido lector, que eso significa que estoy bien.
Quizás antes no apreciaba tanto el significado de esa frase. "Estoy bien". Hace unos meses era simplemente una forma de decir que todo marcha correctamente, con normalidad. Hoy, es un milagro. Un milagro el poder mirarte al espejo y gustarte lo que ves. Un milagro ir por la calle sola y sonreír, sin más, como antes solía hacerlo.
Todo es distinto ahora. Las canciones han dejado de dolerme en el corazón, y la lluvia ha dejado de escocer en las heridas. Todo es distinto, y me gusta. Me gusta la idea de saber que me he curado, y que ahora tan sólo tengo una -preciosa- cicatriz en la piel que me ha hecho aprender mucho.
Y ahora, melancolía.
Quizás sólo han bastado diez días. Diez amaneceres, diez noches, diez tardes, y un mar. Quizás -y no tan quizás- me merecía esto. Me merecía que todos ellos me sacaran del pozo tan grande en el que moría paulatinamente.
Y os juro que no hay día, que no esté eternamente agradecida. De esos diez días, de los baches y las lágrimas. De ser quien soy ahora y de poder decir,
por fin,
que estoy bien.
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