Tantas cosas que escribir ahora. Tantos sentimientos acumulados, la mayoría buenos, extraño, por cierto. Hacía tiempo que no me sentía así. Tanto que apenas lo recuerdo.
Y de todas las palabras que necesito escribir ahora, hay una que sale a flote sobre todas las demás.
Gracias.
A veces, cuando pido algo o doy gracias, no tengo muy claro a quién. Quizás a mis pájaros, quizás... a la vida. Hoy sí tengo claro a quién tengo que dar las gracias.
Podría escribir mil renglones explicando qué clase de gracias son estas, o que no son las típicas -tópicas- gracias. Podría, pero ella entiende. Ella entiende mi mirada, y el cauce que siguen mis lágrimas cada vez que lloro. Ella entiende mi cielo, y cómo me rompí el ala. Y ella viene, y no dice ninguna palabra pero se coloca a mi lado y vuela conmigo, y su ala buena reemplaza mi ala mala, y mi ala buena ayuda a su ala mala, y de repente somos dos pájaros heridos volando por un cielo gris de monigotes grises que no entienden qué pasa. Pero ella y yo sí. Sabemos qué pasa, dentro de nosotras, aunque no tenemos ni idea sabemos bien cuál es el ala que nos falla. Somos dos monigotes rosas -No, amarillos. Eso, amarillos- que no encajan, ni quieren encajar. Tenemos algo tan grande dentro que sólo nosotras sabemos cómo duele, y sólo nosotras conocemos la sensación de absoluta libertad -entre cadenas- y esa felizmente triste.
Y qué si ellos no entienden qué pasa en nuestro pecho, y qué, si sólo nosotras somos felices -efíeramente felices-, y qué si pensamos arte.
Y qué,
si tengo aquí, volando conmigo,
al pájaro más bonito del mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario