Necesito que te vayas.
Necesito que te vayas.
Por favor.
Necesito
de verdad
necesito
que te vayas.
Necesito que entiendas que fuiste más de lo que me cabe aquí dentro. Necesito que comprendas que me desgarraste todo el corazón, entero, que aquellos jirones ahora son los dedos con los que escribo que, desde lo más hondo de mi alma, necesito que te vayas. Necesito que me dejes avanzar y no soporto que te plantes otra vez enfrente de mis ojos a interpretar ese odioso papel. Tú bajaste el telón y yo me quedé a oscuras en el escenario, pero salí corriendo, entre bambalinas me tropecé una y mil veces con las ruinas del atrezo mojado de una mala tragicomedia de amor-odio con tira y afloja. Y salí del infierno de tus ojos, y ahora vuelves a mirarme como el que mira la peor obra de la historia desde la última fila del anfiteatro. Pero yo necesito que te vayas. Porque no soporto un dardo más, ahora que estaba consiguiendo borrar la diana que pintaste en mi corazón con el negro de tu pelo. No eres tú, es lo que has hecho de mí. Es en lo que me has convertido. No es que me rompieras el corazón, es que afilaste cada pedazo y ahora a ver quién es el valiente que se atreve a rozarlo siquiera.
Tú y tu facilidad para negativizar las fotografías en positivo, esas que saqué en tu cama mientras te miraba por dentro. Tú y esa infernal habilidad que tienes de hacer que tirite del frío hielo que arrojas cada vez sobre mi cabeza. Tú y la ruina que siempre traes de la mano. Tú y una sola plegaria con tu nombre, una sola petición, un solo anhelo.
déjame respirar
"muchachas con el rostro hacia las nubes para que el chaparrón borre por fin las lágrimas" -M. Benedetti
jueves, 23 de enero de 2014
sábado, 11 de enero de 2014
Mentira número 135: Enero trae sol
La tristeza también sabe huir. Aprendí a dejar de sentirme culpable el día que la culpa me escribió en la tripa "ya te he perdonado". Enero trae sol(edad). Trae calma y esa voz de timbre afilado que me acompaña como no supieron hacerlo ninguna de aquellas muecas artificiales y fingidas. Mi propósito para el nuevo abismo es dejar de fingir. Y aunque me tachéis de asesina, he de informaros que fingir también se cobra unas cuantas vidas. Si no preguntádselo a mis pájaros.
Pero sonrío. Sonrío por las amistades descosidas, por los corazones rotos, por los polvos por compromiso. Sonrío porque me lo pide el cuerpo. A gritos. A grietas. Por donde la luz se cuela y me acaricia, y cada fotograma arenoso lleva el aroma de la canción más bonita del mundo. Tampoco pretendo que lo entendáis.
Cómo me gustaría llevar la vida con etiquetas. Y en vez de eso, tengo aquí una maraña de recuerdos, y caras y lugares, que ya no me cabe por la garganta. A veces la forma más sencilla de volar es librándose del peso del hielo en los ojos. De las piedras en el riñón de tanto brindar por los errores.
"Ya te he perdonado".
Y así es cómo me siento. Perdonada. Perdonándole al invierno su bestialidad, al miedo sus cagadas, al poco sus muchas noches sin ser. Enero trae sol. Pero sonrío.
Pero sonrío. Sonrío por las amistades descosidas, por los corazones rotos, por los polvos por compromiso. Sonrío porque me lo pide el cuerpo. A gritos. A grietas. Por donde la luz se cuela y me acaricia, y cada fotograma arenoso lleva el aroma de la canción más bonita del mundo. Tampoco pretendo que lo entendáis.
Cómo me gustaría llevar la vida con etiquetas. Y en vez de eso, tengo aquí una maraña de recuerdos, y caras y lugares, que ya no me cabe por la garganta. A veces la forma más sencilla de volar es librándose del peso del hielo en los ojos. De las piedras en el riñón de tanto brindar por los errores.
"Ya te he perdonado".
Y así es cómo me siento. Perdonada. Perdonándole al invierno su bestialidad, al miedo sus cagadas, al poco sus muchas noches sin ser. Enero trae sol. Pero sonrío.
miércoles, 1 de enero de 2014
Mentira número 134: De huidas
Hay dos salamandras en la habitación verde que habito. Descansan inmóviles entre el viejo espejo y la pared. El primer día intenté cazarlas para tirarlas por la ventana. Cada largo rato, alguna de las dos asoma el morro para mojárselo de atrevimiento, y trepan con cuidado por la pared del cuarto. Al mínimo ruido, nerviosas, vuelven a su escondite para permanecer ahí no sé cuánta horas más. Tras varios intentos en vano de atraparlas, me pregunté; ¿quién soy yo para arrancarlas de su hueco entre el espejo y la pared? Al fin y al cabo lo han hecho suyo. Al fin y al cabo en poco se diferenciaban de mí.Escribí un 27 de Diciembre.
El ser humano posee como innato el instinto de esconderse de lo que le hace daño. Cobardía para los más simples, inteligencia para los más aptos. Quizás esos dos reptiles deberían estar vagando entre la maleza de Castilla, cazando moscas, poniendo huevos y quizás peleándose con otras salamandras. En cambio eligieron huir. Se colaron entre las maderas de una vieja casa y buscaron el hueco más recóndito y seguro de su mundo. Ahí descansan, y quizás de vez en cuando intentan, salir del espejo para vagar por la pared. Pero siempre llega el ruido, una mano imbécil que intenta apoderarse de su libertad, y vuelven a su escondite. Que es suyo. Y de nadie más. Sin contacto con otros seres de su especie, que tiene sus inconvenientes quizás, pero aquello que no está cerca de ti, no puede hacerte daño. No hablo sólo de proximidad física, ni hablo sólo de daño físico.
Me gusta huir de lo que me hace daño. Me gusta encontrar mi hueco entre un espejo amarillento y una pared de barro, un santuario oscuro pero cálido, solitario pero seguro. Busco la soledad porque la gente me hace daño. El ruido me hace daño, la contaminación que respiro me hace daño. Y como verdadero animal que soy, me escapo. Y pies para qué os quiero, y me alejo sin mirar atrás porque un gran autor me enseñó que cuando no se puede mirar atrás no se ha de mirar atrás. Y a mí hace tiempo que se me olvidó eso de mirar atrás mientras me alejo. Supongo que se me ha cargado el cuello de tanto rencor callado y amordazado, y violado por sonrisas fingidas como se fingen los orgasmos cuando haces el amor con alguien a quien no amas.
Y es que no necesito que me entendáis. Ya no. Empecé a dejar de necesitar comprensión y entendí que tan sólo necesitaba que desapareciérais. Y por eso desaparecí, siendo una golondrina que busca el calor huyendo del invierno de Madrid.
Yo me quedo exiliada y refugiada de la guerra en la capital entre la hipocresía de unos y la de otros, con dos salamandras como única compañía. Y tu recuerdo, por supuesto, que ocupa su lugar. Yo me quedo con el viento, que ya no me apetece volar y él me lleva mejor que unos labios con regustillo a ron.
Va a ser un camino muy largo el de regreso a casa.
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