Dices que no quieres hacerme daño tras un verano tirando de la cuerda que me rodeaba el cuello. Ahora dices que no quieres hacerme daño. Después de haberte ido. Porque te has ido, aunque tú no lo sepas.
Siempre supe, porque era inevitable, que algún día tus estrofas se clavarían en otros ojos. Que yo no iba a ser siempre ella, que dejaría de ser yo por quien esperas, que sonreirías en otros labios. Lo que jamás imaginé es que dejarías de querer meterme en ti en cada abrazo, que esquivarías los versos que salen de mis dedos y los tuyos dejarían de moverse pensando en mí entre seis cuerdas. Porque éramos eternos, y porque yo probé otras salivas, pero siempre era tu sangre la que corría por mi tripa.
No puedes imaginarte lo mucho que te echo de menos. Estás en cada curva de mi guitarra y no es justo, no es justo porque yo quise a otros pero te besaba a ti. Yo te besaba, ¿recuerdas? En medio de toda esa gente, nos cogíamos la cara con las manos y tú ponías ese gesto de la escena final de una película de amor. Y luego sonreías, ¿recuerdas? Y yo sonreía también.
Y ahora, simplemente no estás. No estás en los estribillos, en el la menor, no estás al lado del río ni me buscas con la mirada entre la gente. Y Amélie ha dejado de sonreír. Porque a ella le gustan los detalles minúsculos, y todo lo que te quiero es grande. Lo que te quiero, que es todo.
Y últimamente, ser la que quiere poco y bien está dejando de ser divertido. Ellos se ponen las manos detrás de las orejas esperando oír ese grito que les anuncie todo lo que les siento, pero no saben que lo único que tienen que hacer es bajar la mirada, porque yo siempre he querido en silencio, en cualquier parque de Madrid, en directo y en llamas. Pero jamás miran al suelo, donde tumbada pido a pleno corazón que anochezcan conmigo.
Resumiendo:
qué jodido es querer muy fuerte y que no
lo
noten.
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