Vuelves. Vuelves y yo vuelvo a preguntarle al aire por qué lo haces, gritando tan fuerte que realmente parece que no conozco la respuesta. Pero la conozco, te conozco, me sé de memoria tus causas y tus consecuencias, tus verdades, tus máscaras y los lunares de tu espalda. O quizás debería hablar en pasado. Quizás te conocía y ahora eres sólo el análisis psíquico en mi cuaderno de delirios de una persona a la que no he visto en mi vida. Quizás hoy, tres meses después desde la última vez que decidiste aparecer con ese lamento pretendiendo clavarme la culpa en la espalda y consiguiendo nudos en la garganta -y rabia, siempre rabia-, eres tan sólo el personaje de un mal drama español. Conseguí que dejaras de doler, aunque la catástrofe que causaste aquí dentro, esa nunca dejará de palpitarme de escozor. Es curioso como yo consideraba una locura la simple idea de tatuarme tu nombre, o aquellos dos números mágicos; y ahora mírame. Con tu esencia grabada a fuego y tu estela tatuada en los ojos, que son más grises desde que te propusiste destruirme.
Y a pesar de que te sé de me memoria, yo ya no sé quién eres.
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