Es el invierno, asumido. Es la niebla helada y esa sustancia incorpórea y pura que se agarra a mi pecho en esta estación. Líneas torcidas, al escribir y al caminar, erupciones necesarias del alma.
Es el invierno, asumido. Es la inmensidad del frío. Son recuerdos que frenan y a la vez impulsan, al vacío quizás. Una azotea cargada de la intimidad al seno de la noche, aunque hablando hoy un poco más desde dentro, y no hacia fuera.
El viento que mece la hoja en la que escribo acompañándome, quizás para enseñarme que, incluso absolutamente sola, la soledad nunca es absoluta. Eso me da fuerzas.
Las incomprensibles, intrínsecas y necesarias
fuerzas de las noches de invierno.
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