sábado, 16 de noviembre de 2013

Mentira número 126: Noviembre eterno

Un fin de semana que calma las heridas de cinco días previos destructivos. Cinco de la madrugada, plena noche madrileña, luna casi llena -como yo-, y nubes. Un cigarro ámbar que pare el humo blanco que, tras ser respirado por una tráquea en ruinas, se confunde con el frío de Noviembre. Un Noviembre áspero, donde los haya. Giros inesperados, cambio constante, gritos, lágrimas, sonrisas que surgen por pura necesidad ante el caos de mentes metamórficas y perdidas. Muy, perdidas.
Es el invierno, asumido. Es la niebla helada y esa sustancia incorpórea y pura que se agarra a mi pecho en esta estación. Líneas torcidas, al escribir y al caminar, erupciones necesarias del alma.
Es el invierno, asumido. Es la inmensidad del frío. Son recuerdos que frenan y a la vez impulsan, al vacío quizás. Una azotea cargada de la intimidad al seno de la noche, aunque hablando hoy un poco más desde dentro, y no hacia fuera.
El viento que mece la hoja en la que escribo acompañándome, quizás para enseñarme que, incluso absolutamente sola, la soledad nunca es absoluta. Eso me da fuerzas.
Las incomprensibles, intrínsecas y necesarias
fuerzas de las noches de invierno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario