domingo, 27 de octubre de 2013

Mentira número 123: Verde

Es bello pensar que en ciertas virtudes no existen los términos medios.
Es bello porque la mente es tan ambiciosa que no deja a nadie asomarse a ella si no es para sumergirse en su tiempo hasta llegar al fondo del subconsciente.
Asomarse aquí dentro puede ser grato, hasta que las tinieblas empiezan a abrazarte y los fantasmas permean en tu piel para envolverte por dentro. Las profundidades están bailando siempre con el miedo una especie de tango suicida y, creedme, hay que ser muy valiente para soportar escucharlo.
Yo elegí asomarme a mi cabeza, con todo lo que ello conllevaba. Y lo estoy pagando caro, tan caro que en el fondo no sé si puedo pagarlo. Pero no me atreveré a quejarme, pues a pesar de todo sé que éste es mi sitio. Que bajar ahí dentro es lo único que me llena. De vacíos quizás, pero llena al fin y al cabo.  
Las noches en vela se suceden entre versos y acordes heridos, de los que ni siquiera soy musa.
La libertad de mi alma hierve a fuego lento en este lugar.
De aquí salgo con la única certeza de que resolver una pregunta sólo sirve para formular cinco más.
Aún así siento que necesito perderme en la inmensidad de mi cabeza.
Es extrañamente adictivo, como la soledad.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Mentira número 122: Desalma

No es fácil. Menos lo es si nadie es poseedor de la suficiente valentía como para aflojar las gomas de su máscara, o al menos destaparse los ojos. No es fácil porque no puede serlo. El poder lo otorga el espacio, y aquí no cabe un rayo de luz, o eso parece.
Si en las noches como hoy las notas que el piano lamenta se clavan como dagas, es que algo no va tan bien como me hacía creer. Si ya me dijeron, que hacerse creer a uno mismo siempre termina con algún herido de bala -o de muerte-.
No quiero abrirle la puerta a la muerte hoy, porque sé que, aunque pretenda sólo asomarse a mi caja torácica, terminará por envolverla toda en una bruma nocturna que terminará por durar tanto como el sol esté escondido. Y no queremos que eso curra, ¿no?
El caso es que tampoco terminan mis ojos de ser azules. Ni el gris se cierne totalmente sobre ellos.
(Y no sabéis lo que odio no saber de qué color son los iris que llevo puestos).
Así cómo queréis que me duerma. Cómo queréis que el océano de aquí dentro se calme si las placas tectónicas de mi piel no dejan de sacudirme.
Cómo queréis que no duela si es lo único que sabe hacer
el vacío de aquí dentro.

(lo bonito es que ya no quiero que nadie me salve
porque sé que sólo bañándome en lluvia puedo secarme después
con mis propias manos que son
las más cálidas que saben tocarme)

lunes, 21 de octubre de 2013

Mentira número 121

La Pereza le pone música a un lunes extraño (de esos que cuestan).
Dicen que estoy cambiando. Diferentes gestos, diferente luz quizás, diferente todo -pelo y pies (fríos) incluidos-.
Y es cierto. Dicen que cualquier cambio, incluso los que evolucionan hacia algo mejor, duele. Supongo que a un ángel le duele la espalda cuando le están saliendo las alas.
Y qué difícil es saltar cuando aún nadie te ha enseñado cómo se vuela. Sabes que no hay otra forma de aprender, pero aún así el suelo está cada vez más cerca.
Extrañamente, dentro de esta maraña de pensamientos turbios y enredados hay algo aquí que brilla por encima de los fantasmas, incluso de los pájaros, (incluso de mí).
Supongo que por inercia el fondo no puede estar más hondo ya.
Supongo que sigo subiendo.

(o bajando, 
ya sabéis,
por eso de las alas
y volar y

Octubre)

martes, 15 de octubre de 2013

Mentira número 120

Escribe. Escribe lo primero que se te venga a la cabeza. Vida. ¿Hoy? Qué paradoja, si hoy soy de todo, menos vida. Sobrecarga emocional. A veces tu cabeza llega a una especie de tope y no eres capaz de soportar tantos sentimientos juntos. Como consecuencia, tu cuerpo de para, y te conviertes en algo así como un ser inerte y frío. Y dueles tanto que te dueles a ti misma. Hoy me duelo aquí, y aquí, y aquí. Me duele el martes y me duele Octubre. Me duele el invierno, que se aprovecha de mí porque sabe que jamás podré alejarme de él. Es un amor destructivo, es una amante despiadado, y ruin. Y no puedo dejar de amarle. Es gracioso, porque nos pensamos que por conocer el tiempo podemos controlarlo. Luego nos volvemos locos y terminamos todos viejos y tirados a la basura. 

jueves, 10 de octubre de 2013

Número 119: Nuevos enemigos

Quizás la culpa es mía por hacer oídos sordos a los adultos y sus adultas voces diciéndome cosas tan adultas que parecían demasiado adultas para ser ciertas. El caso es que los jueves se me enredan con los lunes, y que ésto va demasiado rápido.
Yo intento avanzar, pero cuando creo que se acerca el horizonte, entonces el tiempo me dobla (la espina dorsal) y todo se da otra vez la vuelta.
Y así, así es imposible que un sólo paso salga de mis pies que están cansados de girar -porque es, que no me paran de cambiar el norte de sitio-.
Ésto es difícil y yo estoy asustada. Asustada de eso que jamás quise creer de los adultos; asustada de que un día despierte y me mire a los ojos y descubra que el tiempo también ha pasado para ellos. No podría soportar perderlos, no a ellos; no a mí. 
Tan sólo una pista de cómo hacer que dejen de correr los días, o al menos que dejen de pasarme por encima, calmaría el miedo, el dolor y la deshidratación de recuerdos. 
Siempre pensé que aquel que un día dijo "las palabras se las lleva el viento" confundió sin querer la última palabra, y en su lugar quería poner al tiempo, y también que, quizás fruto del despiste, se olvidó terminar la frase con

y los rostros, y las voces, y los lugares

y todo.

martes, 8 de octubre de 2013

Mentira número 118: Cinco

Siempre que presencio cómo se derrumba algo dentro de mí sucumbe con ella. Aunque también he de decir que gran parte de las espinas dejan de clavarse cuando se seca las lágrimas, porque entonces sé que es fuerte. A pesar de todo es fuerte y siempre lo será, y su sonrisa alimentará la mía y un día no tendrá que pedir perdón entre sollozos, sólo quizás a sí misma por intentar ser de titanio pero no,
eres perfecta incluso cuando lloras, 
y yo seré lo que sea si es contigo.

sábado, 5 de octubre de 2013

Mentira número 117

¿No puedes ser como las chicas normales?

Permítame corregirle, no quiero ser como las chicas normales. Sinceramente no me atrae permanecer bajo la fiebre de una sociedad superficial, hipócrita y manipulada -y manipuladora-. No pretendo pertenecer a una manada de animales de ojos perforados, a un influjo de apariencias banales y vacías, a pieles sin alma y ciudades sin historia. 
Discúlpeme si mi forma de ser hiere, molesta o desacierta. Disculpe que me levante y tome el sur mientras el anzuelo en vuestras bocas tira hacia el norte. Pescados que se creen pescadores, creo que eso es lo más triste de todo.
No quiero ser como las chicas normales quizás porque no soy una de ellas. Aunque quizás antes de autodenominarme normal o anormal, deberíamos analizar a lo que éstos términos se refieren. Para mí normalidad equivale a naturaleza, y más natural me parece amar la cultura que rechazarla. Más natural me parece anteponer la sensatez a la apariencia. Aunque supongo que para ustedes la normalidad equivale a la ordinariez, a aquello que se repite y que se ha tomado como canon o modelo. En ese caso sí, soy enfermiza e inevitablemente anormal. Miro al fondo de las almas antes que al de los armarios, camino por la calle indagando en cada paso que doy, busco repuestas a cada pregunta de mi consciente y subconsciente, no me conformo y me enfado conmigo misma por el simple hecho de ser no eterna. Busco la felicidad en lluvias de octubre y no en píxeles brillantes, en miradas y no en perfiles, en vidas reales. Sonrío de tristeza porque no sé llorar de alegría y en mi cama el único cuerpo desnudo que sabe amarme es la música.
Perdonen mis taras, mi forma infinita de ver las cosas y que busque en mí todo lo que no hallo fuera -que es mucho-.
Lo siento si me encierro en mi pecho pero a veces se les olvida, que la única persona a la que debemos rendir cuentas, es a nosotros mismos.
Así que no, no puedo ser como las chicas normales. Soy disconforme, insurrecta y peculiarmente rara. 

jueves, 3 de octubre de 2013

Mentira número 116: Andén dos

Se despidió de su profesora en un portal. Ahora sólo tenía que concentrarse en no perderse yendo hacia la boca de metro. Paso rápido. Últimamente todo estaba cambiando. Recordó, y le puso fecha a sus recuerdos; seis meses. Todo había cambiado de color en menos de seis meses. Su yo de hace seis meses miraría a su yo de ahora sin apenas reconocerlo. Esa calle me suena. Girar a la izquierda. Hace seis meses y por elegir un mes al azar, Abril. Qué tendrá ese mes, quién sabe. En Abril ella se levantaba algo después, y se aseaba de forma diferente, para ir a un instituto, al viejo instituto. Sacar el billete de metro. Pasar. No sabría definir bien si echaba de menos o no ese viejo instituto, en el que vería a sus... amigas. Vaya, parecía mentira que ese término hubiera cambiado tanto de significado en su mente durante esos últimos meses. Ahora no sabría definir bien qué clase de relación guardaba y guarda con esas personas. Esas que ahora son como vestigios de un pasado que ansia enterrar tanto como vivir en él. Llega el metro. Observar a la gente del vagón, como de costumbre. En el instituto también estaba él. Lo más curioso de todo es que pensar en él ya no duele. Quizás había entrado en una de esas fases después de una ruptura que los psicólogos enumeraban en las películas. Rechazo. Esa fase era quizás la que encajaba a la perfección con sus sentimientos. Ahora no sólo no le echaba de menos, si no que los recuerdos que guardaba con él habían dejado de tener luz. Incluso en más de una ocasión se había planteado si se arrepentía de... ¿Cuánto queda? Dos paradas. El caso era que la textura de sus labios, su olor, y su forma de andar se habían convertido en esa escena que un día vimos, nos traumatizó, y no queremos volver a recordar. Quizás asco fuera una palabra demasiado fuerte. O quizás no. ¿Qué parada es esta? Mierda. Parada equivocada. Transbordo más largo. Pero no la importaba. Al fin y al cabo esos minutos de viaje la dejaban tiempo para pensar en tantas cosas... Ella también había cambiado. Dicen que nuestro mundo fluye, y que si no fluimos con él, nos estancamos. Ella creía que también, si vas en una barca sobre un río que fluye demasiado rápido, te mareas. Ese último pensamiento la hizo sonreír. Aunque, pensándolo bien, mareada era quizás esa palabra que llevaba semanas buscando. Estaba mareada del viaje tan largo, turbulento y rápido entre una versión de sí misma y otra. De querer ser con, a querer ser a secas. De hacer para dar, a hacer para crecer. De gustos que cambian, mentes perdidas en una inmensidad inevitable, de crisis -todas las crisis que se puedan imaginar-. Salir del vagón. Recorrer un pasillo. La gente empuja, y pisa. Siguiente tren. Dos minutos. Realmente no se reconocía. Realmente había cambiado, y era consciente de ello. ¿Bueno? ¿Malo? Necesario. ¿Duro? Nadie se imaginaba cuánto. A veces se sentía tan diferente... Entrar en el vagón. Sentarse. Sacudió los brazos para que las mangas de su camisa cubrieran sus manos. Por una parte la encantaría ser comprendida y por otra no quería que bajo ningún concepto ellos supieran lo que llevaba dentro. Ya la habían hecho demasiado daño por dejar vía libre hasta sus entrañas. Eso era quizás, en lo que más la pesaba haber cambiado. Una chica sin coraza llevaba ahora a cuestas una gruesa armadura de titanio. Y aún así, el miedo era más incómodo de cargar. El miedo a confiar, el miedo a amar, el miedo a mojarse. Una parada. El cerebro es probablemente el único órgano que produce cosas que no caben en él mismo. Bajarse del vagón. Escaleras mecánicas. Estaba nublado, y ella se apoyó sobre una de las cintas laterales de la escalera mientras ascendía hacia el exterior. El gris era sinónimo de sonrisa. Y esa noche, una estrella se dejaría entrever en el cielo.