jueves, 3 de octubre de 2013

Mentira número 116: Andén dos

Se despidió de su profesora en un portal. Ahora sólo tenía que concentrarse en no perderse yendo hacia la boca de metro. Paso rápido. Últimamente todo estaba cambiando. Recordó, y le puso fecha a sus recuerdos; seis meses. Todo había cambiado de color en menos de seis meses. Su yo de hace seis meses miraría a su yo de ahora sin apenas reconocerlo. Esa calle me suena. Girar a la izquierda. Hace seis meses y por elegir un mes al azar, Abril. Qué tendrá ese mes, quién sabe. En Abril ella se levantaba algo después, y se aseaba de forma diferente, para ir a un instituto, al viejo instituto. Sacar el billete de metro. Pasar. No sabría definir bien si echaba de menos o no ese viejo instituto, en el que vería a sus... amigas. Vaya, parecía mentira que ese término hubiera cambiado tanto de significado en su mente durante esos últimos meses. Ahora no sabría definir bien qué clase de relación guardaba y guarda con esas personas. Esas que ahora son como vestigios de un pasado que ansia enterrar tanto como vivir en él. Llega el metro. Observar a la gente del vagón, como de costumbre. En el instituto también estaba él. Lo más curioso de todo es que pensar en él ya no duele. Quizás había entrado en una de esas fases después de una ruptura que los psicólogos enumeraban en las películas. Rechazo. Esa fase era quizás la que encajaba a la perfección con sus sentimientos. Ahora no sólo no le echaba de menos, si no que los recuerdos que guardaba con él habían dejado de tener luz. Incluso en más de una ocasión se había planteado si se arrepentía de... ¿Cuánto queda? Dos paradas. El caso era que la textura de sus labios, su olor, y su forma de andar se habían convertido en esa escena que un día vimos, nos traumatizó, y no queremos volver a recordar. Quizás asco fuera una palabra demasiado fuerte. O quizás no. ¿Qué parada es esta? Mierda. Parada equivocada. Transbordo más largo. Pero no la importaba. Al fin y al cabo esos minutos de viaje la dejaban tiempo para pensar en tantas cosas... Ella también había cambiado. Dicen que nuestro mundo fluye, y que si no fluimos con él, nos estancamos. Ella creía que también, si vas en una barca sobre un río que fluye demasiado rápido, te mareas. Ese último pensamiento la hizo sonreír. Aunque, pensándolo bien, mareada era quizás esa palabra que llevaba semanas buscando. Estaba mareada del viaje tan largo, turbulento y rápido entre una versión de sí misma y otra. De querer ser con, a querer ser a secas. De hacer para dar, a hacer para crecer. De gustos que cambian, mentes perdidas en una inmensidad inevitable, de crisis -todas las crisis que se puedan imaginar-. Salir del vagón. Recorrer un pasillo. La gente empuja, y pisa. Siguiente tren. Dos minutos. Realmente no se reconocía. Realmente había cambiado, y era consciente de ello. ¿Bueno? ¿Malo? Necesario. ¿Duro? Nadie se imaginaba cuánto. A veces se sentía tan diferente... Entrar en el vagón. Sentarse. Sacudió los brazos para que las mangas de su camisa cubrieran sus manos. Por una parte la encantaría ser comprendida y por otra no quería que bajo ningún concepto ellos supieran lo que llevaba dentro. Ya la habían hecho demasiado daño por dejar vía libre hasta sus entrañas. Eso era quizás, en lo que más la pesaba haber cambiado. Una chica sin coraza llevaba ahora a cuestas una gruesa armadura de titanio. Y aún así, el miedo era más incómodo de cargar. El miedo a confiar, el miedo a amar, el miedo a mojarse. Una parada. El cerebro es probablemente el único órgano que produce cosas que no caben en él mismo. Bajarse del vagón. Escaleras mecánicas. Estaba nublado, y ella se apoyó sobre una de las cintas laterales de la escalera mientras ascendía hacia el exterior. El gris era sinónimo de sonrisa. Y esa noche, una estrella se dejaría entrever en el cielo. 

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