miércoles, 23 de octubre de 2013

Mentira número 122: Desalma

No es fácil. Menos lo es si nadie es poseedor de la suficiente valentía como para aflojar las gomas de su máscara, o al menos destaparse los ojos. No es fácil porque no puede serlo. El poder lo otorga el espacio, y aquí no cabe un rayo de luz, o eso parece.
Si en las noches como hoy las notas que el piano lamenta se clavan como dagas, es que algo no va tan bien como me hacía creer. Si ya me dijeron, que hacerse creer a uno mismo siempre termina con algún herido de bala -o de muerte-.
No quiero abrirle la puerta a la muerte hoy, porque sé que, aunque pretenda sólo asomarse a mi caja torácica, terminará por envolverla toda en una bruma nocturna que terminará por durar tanto como el sol esté escondido. Y no queremos que eso curra, ¿no?
El caso es que tampoco terminan mis ojos de ser azules. Ni el gris se cierne totalmente sobre ellos.
(Y no sabéis lo que odio no saber de qué color son los iris que llevo puestos).
Así cómo queréis que me duerma. Cómo queréis que el océano de aquí dentro se calme si las placas tectónicas de mi piel no dejan de sacudirme.
Cómo queréis que no duela si es lo único que sabe hacer
el vacío de aquí dentro.

(lo bonito es que ya no quiero que nadie me salve
porque sé que sólo bañándome en lluvia puedo secarme después
con mis propias manos que son
las más cálidas que saben tocarme)

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