Se acabó. Lo he gritado agonizando tantas veces que no me puedo creer que ésta sea la verdadera. Se acabó. Me voy, me voy de aquí. Lo he ansiado tanto que...
El verano está para curar las heridas del invierno, dijo una vez una gran amiga amarilla. Aunque son tantas las heridas que éste invierno me ha dejado que no sé si el verano será capaz de cicatrizarlas todas. Sólo espero que, al menos, dejen de doler.
Es curioso cómo todo se puede desmoronar en cuestión de días. Cómo de repente la gente que constituía tu vida cambia, y se va; no, te vas tú. Vuelas a otro lugar porque ya no aguantas más en ese. Y es en lo único en lo que pienso ahora mismo; volar.
Ya no duele. Dicen que hay cierto nivel de dolor en el que el ser humano deja de sentir. Yo dudo haber encontrado ese punto y llegado hasta él, aunque sí es verdad que de tantas heridas a las que atender ya he decidido dejar de hacerlas caso a todas.
No puedo más. Pero ésta vez no lo digo con lágrimas en los ojos y el pecho falto de oxígeno. Ésta vez lo digo sabiendo que ya se ha terminado, que el cielo ha escuchado mis plegarias y que por fin me puedo ir de aquí. Termina, todo termina. Gracias a Dios.
Todo desaparece, todo lo que un día creí invencible, todo lo que un día forjé con sudor y lágrimas se deshace en una nada de tiempo pasado, ese tiempo, que no va a volver.
Un mensaje a altas horas de la madrugada recordándote lo que te espera. Nueva vida, qué bien suenas. La ansío tanto que me da igual si la realidad alcanza mis expectativas. Éste es mi momento, aquí está el sol que tanto decían saldría tras la tormenta.Siendo franca, a veces llegué a pensar que jamás lo vería. Pero aquí está. Entero y todo para mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario