Os voy a contar un secreto. Hace un tiempo, yo era de esas que aborrecían ver a las parejas en la calle, en los bares, en los parques, verlas felices, ver cómo se besaban y reían juntos, ver su complicidad. Y miradme ahora. Hablando por teléfono hasta la una de la mañana. Poniéndome nerviosa cada vez que me acerca a él, con ese gesto tan... suyo. Escribiendo todo esto cual niñata enamorada salida de una película pastelosa, de esas que ponen los sábados al mediodía. Pero qué queréis que le haga... si estoy en una nube. Si es oírle hablar y descomponer sus gestos, su voz, su mirada, para grabarlos todos en mí, a fuego. Porque me encanta. Me encanta todo lo que sea él.
El tiempo ya me ha enseñado que hoy puedo estar en el quinto cielo, pero mañana pueden morir las mariposas que en mi estómago se revolucionan al verle. Y, pese a que nadie puede asegurarme que vaya a pasar, hoy por hoy esa posibilidad existe.
Pero, ¿sabéis? Hay un momento en el que deja de existir. Ese momento en el que sus manos bajan por mi espalda, mientras me aprieta contra él y sus labios rozan suavemente los míos. Es ahí, en ese justo instante, cuando quiero que el tiempo se pare y quedarme ahí para siempre. En sus brazos. En él.
Ojalá yo así, en una nube; feliz.
ResponderEliminarTodo llega... y todo acaba.
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