martes, 12 de febrero de 2013

Mentira número 7: Piccola testa disordinato.

Noche. Nueve menos cuarto de un día de diario, de un día cualquiera. Yo, en mi particular cueva, alumbrada sólo por la pequeña lámpara de mi escritorio y el leve resplandor de la pantalla. A mi lado, esa enorme ventana, que es una de mis partes preferidas de la casa, con la persiana subida hasta arriba, dejándome disfrutar de esas vistas que tanto me gustan, de este pedacito de Madrid, de mi cielo. Vulnerable. Emocionalmente desnuda.
Tiempo en Madrid. Cambiante. A penas las estaciones pueden dominarle. En el mismo Diciembre puede hacer que el sol haga mella en tu piel, así como puede hacer que te estremezcas de frío en las entrañas del más caluroso mes de Agosto. A veces, me recuerda a mí. A penas voy por temporadas. A penas. A días. A días resplandezco, radiante y acogedora, sonriente y sin apenas nubes que nublen mi mente, clara y fresca. A días, provoco el mismo rechazo que el más duro día de Enero, fría y seca, cortante, maldita.
Y eso, es mío. Suelo quejarme, pero sin esta incongruencia que me caracteriza -a mí, y sobretodo a mi cabeza- seguramente dejaría de ser yo. 
Por eso hoy, en vez de quejarme, voy a disfrutar de la calma que me ofrecen mis entrañas, con Birdy sonando de fondo y la suavidad de mi sudadera de algodón, acabando este frío día de Febrero con el rastro de mi sonrisa y el cansancio de mis ojos. 

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