Me miran como si estuvieran algo menos perdidos que yo, mientras arrastran sus cadenas a la altura de su coraje. Siempre he pensado que todos estamos igual de asustados, solo que algunos lo disimulan mejor. Y yo soy la cobarde por no querer sonreír ante su alarmante simpleza, ante todas sus mentiras y su vida de usar y tirar. Pero yo soy la cobarde.
Pero si yo soy la cobarde, si yo soy la del error constante y la ignorancia de lo importante, si de verdad creen que no son maneras, quiero que se atrevan a pasar un día en esta cabeza. Que tomen las decisiones que yo tomé y vean si duele, que sean libres por primera vez en su puta vida a pesar de que eso conlleve todos los escombros del mundo. Quiero que me acompañen durante una sola noche, y prueben conmigo el antídoto de destruirse y entender después que es la única forma eficaz de crecer. Quiero que se callen, que se callen todos y escuchen. Y luego quiero que se vayan.
He decidido hacer lo mismo que hizo Irene. Voy a coger todas esas ausencias y hacerla una, corpórea y casi tangible, una figura de curvas con niñas muertas y manos llenas de heridas de pincharse con las estrellas. Y después, voy a enamorarme de ella.
"muchachas con el rostro hacia las nubes para que el chaparrón borre por fin las lágrimas" -M. Benedetti
domingo, 21 de diciembre de 2014
martes, 2 de diciembre de 2014
Mentira número 153: Hoy también
Que tengo mala cara, dice. Qué cara se supone que se tiene que tener cuando no te encuentras ni en la mirada del espejo. Qué cara supuestamente he de llevar puesta cuando no soy. Cuando no estoy, nunca, ni siquiera los martes cuando debería estar triste y echarte de menos. Qué gesto tiene que acompañarme cuando me echo de menos.
Me miran a veces como si fuera fuerte. Como si toda esta lucha viniera de todo lo que tengo que no puedo perder y he de proteger con el alma. Nadie me sostiene la mirada porque no dejo que vean que soy tan sólo la silueta de otra niña invisible que intenta llegar por medio de la tristeza, del amor, de la música. Que intenta llegar. Pero no llega. No llega porque no tiene destino, no llega nunca porque nunca la están esperando.
Debería abrir los ojos si supiera con certeza que los tengo cerrados. Los cerraría para descansar si los sintiera abiertos. Me recuerdo a la niña que se arrancó la mirada cuando vio por primera vez su corazón hecho pedazos. A la historia que conté una vez, de la niña. Y me aterra que el no ser capaz de escribir más historias sea porque ahora las historias que conté me están escribiendo a mí. Me hiela pensar que todo esto es tristeza, porque no era esto lo que tocaba. No ahora. No otra vez. No siempre.
Estoy tan cansada que lo único que me apetece es terminar de destruirme.
Pero hasta para eso soy cobarde.
Me miran a veces como si fuera fuerte. Como si toda esta lucha viniera de todo lo que tengo que no puedo perder y he de proteger con el alma. Nadie me sostiene la mirada porque no dejo que vean que soy tan sólo la silueta de otra niña invisible que intenta llegar por medio de la tristeza, del amor, de la música. Que intenta llegar. Pero no llega. No llega porque no tiene destino, no llega nunca porque nunca la están esperando.
Debería abrir los ojos si supiera con certeza que los tengo cerrados. Los cerraría para descansar si los sintiera abiertos. Me recuerdo a la niña que se arrancó la mirada cuando vio por primera vez su corazón hecho pedazos. A la historia que conté una vez, de la niña. Y me aterra que el no ser capaz de escribir más historias sea porque ahora las historias que conté me están escribiendo a mí. Me hiela pensar que todo esto es tristeza, porque no era esto lo que tocaba. No ahora. No otra vez. No siempre.
Estoy tan cansada que lo único que me apetece es terminar de destruirme.
Pero hasta para eso soy cobarde.
martes, 25 de noviembre de 2014
Mentira número 152: La rutina del no
"Ausencias; ausencias en cada rincón de mi absurda vida. Ausencias los martes, los domingos, los atardeceres. Ausencias hasta de gente que no se ha ido. Aún. Ausencia de ti. Y luego deseos, y besos al aire, y canciones que hablan de todo, de mí pero nunca conmigo, canciones que me duelen y no entiendo. Canciones de ti. Y luego la noche, los ojos a punto de estallar y el rímel deshecho, la cabeza en las nubes del subsuelo y los pies en la estratosfera del salto al vacío que implica tu recuerdo. Y el corazón en ti. No tengo corazón. Soy corazón. Soy coraza. Soy todo lo que anhelo y son tanto que a veces me mataría. A veces te mataría. A veces te mataría.
Pero es tarde, y tengo que acostarme para luego despertar y acostarme después otra vez, y así hasta que esa envergadura alar de la que habla Víctor me quiera sacar de este océano de mierda donde mi deriva es la canción 01. No tengo corazón. Pero tengo todas estas ausencias, que abultan más."
Continúa la agonía. A veces me echo tanto de menos que las ganas de destruirme son casi más fuertes que el miedo a perderme por completo. Continúa la agonía, y tú no estás. Nadie está. Ya no estoy.
Pero es tarde, y tengo que acostarme para luego despertar y acostarme después otra vez, y así hasta que esa envergadura alar de la que habla Víctor me quiera sacar de este océano de mierda donde mi deriva es la canción 01. No tengo corazón. Pero tengo todas estas ausencias, que abultan más."
Continúa la agonía. A veces me echo tanto de menos que las ganas de destruirme son casi más fuertes que el miedo a perderme por completo. Continúa la agonía, y tú no estás. Nadie está. Ya no estoy.
miércoles, 12 de noviembre de 2014
jueves, 6 de noviembre de 2014
Mentira número 150: Noviembre
Suena la vieja Morla, atardece el frío y apenas veo mi
reflejo en la ventana. Blanch ayer hablaba de lo que nos identifica. De todo
eso que haces porque necesitas, todo eso que respiras y que a veces te
arrebatan sin derecho. Estoy cansada, y no quiero estar aquí. Tengo diez mil
razones para no seguir con esto, para echar a volar porque, sí, es la única
salida aunque a veces resulte sólo una opción imposible. He visto los
derrumbamientos más lindos de la historia, he visto cómo las torres más altas
se desploman sin ser capaces de soportar el equilibrio. Pero también he visto
cómo los escombros se llenaban después de flores y gatos pardos, de lunas y
heridas cubiertas de saliva, y es por eso que siento que necesito caerme,
desarmarme y soltarme, dejar de aguantar porque sé que puedo aguantar, pero no quiero. Luego mamá me mira e intenta hacerme entender que es ésto, que todo lo demás no existe. Pero yo sé que existe; aquello que no existe no puede, al fin y al cabo, desgarrarte por dentro.
Fotografío otro atardecer más que no puedo vivir, y se me vuela una tarde más que apenas puedo acariciar. No me reconozco entre tantos "tienes que". He dejado de ser entre todos los punzones que me han obligado a clavarme en los pulmones para luego decir que lo hice yo.
Hoy me he sentido un poco Ana Ozores.
Pero esta cárcel no es de oro; es de papel.
miércoles, 1 de octubre de 2014
Mentira número 149: Youth - Daughter
Octubre trae el deshielo. Atardezco mientras los primeros
pájaros emigran hacia un lugar que se parezca un poco más a tu corazón y un
poco menos al mío. Yo me quedo en el otoño, que me colorea las nubes de naranja
para que pierda el miedo a volar. Y subo las persianas hasta la estratosfera para
poder verme. Porque, cuando las primeras hojas caen con esa delicadeza
magistral, yo siento celos y me tiro.
Hoy me han dicho que si tuviera que ser un arte, sería
impresionismo. Hay gente que tiene un talento especial para las cosas
invisibles, y las envuelven con sus manos y te las enseñan con miedo a que se
escapen, como quien enseña un pequeño insecto que acaba de atrapar.
Que si te
alejas un poco cobro sentido, dice.
Quizás por eso mi espacio vital tiene las dimensiones de mi
cabeza. Y con deciros que aún no conozco sus límites, os podéis imaginar el
frío que hace aquí por las noches.
Aun así, me gusta el impresionismo. No me desagrada la idea
de ser ininteligible desde cerca (eso explica muchas de las miradas a los ojos
que seguían a los besos en los portales). Quiero decir, al fin y al cabo un
prejuicio sobre algo que no se entiende es un prejuicio irreal.
Aunque, bueno,
duele lo mismo.
domingo, 21 de septiembre de 2014
Mentira número 148: Y bueno
De repente, me sorprendí buscándole frenética entre la
multitud. Y me di cuenta. Me di cuenta también cuando me absorbía la pantalla
de mi teléfono al esperar desesperadamente su nombre en ella. Y me di cuenta
cuando cada sonido intermitente de la llamada en espera significaba otro
fracaso. Pero también me di cuenta cuando sostenía su cara entre mis manos,
sabiendo que no iba a poder besarle. No esta vez. Me di cuenta cuando nos
reíamos, carentes de motivos, cuando no podíamos aguantarnos la sonrisa. Y me
di cuenta, cuando por primera vez en un mes sentí su abrazo. Ese abrazo suyo
tan oleaje, tan balada acústica un sábado noche de invierno. Y me di cuenta
cuando le miraba, apoyada en cualquier carpa de fiestas de barrio, cuando le
miraba y se me iba la vida en sus gestos, cuando no quería hacerle notar que
estaba allí sólo por no interrumpir su maravilloso semblante de llevar el mundo
en sus sienes. Me di cuenta, y me caí en ella y me rompí todas las costillas que
protegían mi corazón.
Y darse cuenta a veces es también de bruces, así que aquí
estoy, llena de conclusiones que se juntan para formar esa enorme masa negra
que tanto he temido desde los catorce. Esa masa negra en la que ahora me quedo
a dormir, con tu recuerdo como tranquilidad y tu voz como nana.
El desamor puede ser lindo si eliges bien al desamante.
domingo, 14 de septiembre de 2014
Mentira número 147: (Suena You are my sunshine)
Dices que no quieres hacerme daño tras un verano tirando de la cuerda que me rodeaba el cuello. Ahora dices que no quieres hacerme daño. Después de haberte ido. Porque te has ido, aunque tú no lo sepas.
Siempre supe, porque era inevitable, que algún día tus estrofas se clavarían en otros ojos. Que yo no iba a ser siempre ella, que dejaría de ser yo por quien esperas, que sonreirías en otros labios. Lo que jamás imaginé es que dejarías de querer meterme en ti en cada abrazo, que esquivarías los versos que salen de mis dedos y los tuyos dejarían de moverse pensando en mí entre seis cuerdas. Porque éramos eternos, y porque yo probé otras salivas, pero siempre era tu sangre la que corría por mi tripa.
No puedes imaginarte lo mucho que te echo de menos. Estás en cada curva de mi guitarra y no es justo, no es justo porque yo quise a otros pero te besaba a ti. Yo te besaba, ¿recuerdas? En medio de toda esa gente, nos cogíamos la cara con las manos y tú ponías ese gesto de la escena final de una película de amor. Y luego sonreías, ¿recuerdas? Y yo sonreía también.
Y ahora, simplemente no estás. No estás en los estribillos, en el la menor, no estás al lado del río ni me buscas con la mirada entre la gente. Y Amélie ha dejado de sonreír. Porque a ella le gustan los detalles minúsculos, y todo lo que te quiero es grande. Lo que te quiero, que es todo.
Y últimamente, ser la que quiere poco y bien está dejando de ser divertido. Ellos se ponen las manos detrás de las orejas esperando oír ese grito que les anuncie todo lo que les siento, pero no saben que lo único que tienen que hacer es bajar la mirada, porque yo siempre he querido en silencio, en cualquier parque de Madrid, en directo y en llamas. Pero jamás miran al suelo, donde tumbada pido a pleno corazón que anochezcan conmigo.
Resumiendo:
qué jodido es querer muy fuerte y que no
lo
noten.
Siempre supe, porque era inevitable, que algún día tus estrofas se clavarían en otros ojos. Que yo no iba a ser siempre ella, que dejaría de ser yo por quien esperas, que sonreirías en otros labios. Lo que jamás imaginé es que dejarías de querer meterme en ti en cada abrazo, que esquivarías los versos que salen de mis dedos y los tuyos dejarían de moverse pensando en mí entre seis cuerdas. Porque éramos eternos, y porque yo probé otras salivas, pero siempre era tu sangre la que corría por mi tripa.
No puedes imaginarte lo mucho que te echo de menos. Estás en cada curva de mi guitarra y no es justo, no es justo porque yo quise a otros pero te besaba a ti. Yo te besaba, ¿recuerdas? En medio de toda esa gente, nos cogíamos la cara con las manos y tú ponías ese gesto de la escena final de una película de amor. Y luego sonreías, ¿recuerdas? Y yo sonreía también.
Y ahora, simplemente no estás. No estás en los estribillos, en el la menor, no estás al lado del río ni me buscas con la mirada entre la gente. Y Amélie ha dejado de sonreír. Porque a ella le gustan los detalles minúsculos, y todo lo que te quiero es grande. Lo que te quiero, que es todo.
Y últimamente, ser la que quiere poco y bien está dejando de ser divertido. Ellos se ponen las manos detrás de las orejas esperando oír ese grito que les anuncie todo lo que les siento, pero no saben que lo único que tienen que hacer es bajar la mirada, porque yo siempre he querido en silencio, en cualquier parque de Madrid, en directo y en llamas. Pero jamás miran al suelo, donde tumbada pido a pleno corazón que anochezcan conmigo.
Resumiendo:
qué jodido es querer muy fuerte y que no
lo
noten.
domingo, 24 de agosto de 2014
Mentira número 146: Estoy triste
No es Madrid, soy yo. Los fantasmas no están en Madrid, sino detrás del pellejo, y huir los calmaba sólo porque yo creía (quería) que así era. Me ha bastado un sólo insomnio más para entenderme, entenderlos. No tiene nada que ver con la ciudad, con las caras vacías que me miran desde el borde del precipicio, impasibles. No tiene nada que ver si quiera con el tiempo. Tiene que ver con esta herida eterna, con estas ganas de escaparme de mí misma, con el invierno que no llega y el calor que me consume. Y, bueno, con que ya apenas me conozco.
El que espera desespera y creo no hay verdad más grande. Supongo que por eso la desesperación es mi única compañera de faenas cuando me hundo en el pecho y buceo por mis horas. Me paso los kilómetros jugando a saber cómo completarme, para llegar a mi hogar y darme cuenta de que el vacío es más grande a cada paso. No es Madrid, son mis ganas. Las que me arrebatasteis de las manos llevándoos también un poco de mis venas. Y no, la culpa nunca es mía porque demasiada mierda hay ya aquí. Y de demasiada mierda estoy rodeada a estas alturas. Y demasiado me ahogo.
Que no sé qué hacer con tantos días, con tantas lunas. Que se me atragantan los huecos y se me tropiezan los pasos, y ya se me ha olvidado levantarme, o no quiero hacerlo porque eso supone asumir necesariamente que me he vuelto a caer. Que me he caído.
Darme la espalda quizás no sea la solución, pero dado que la solución, para empezar, no es, haré lo que menos duela.
Al menos por hoy.
Al menos para calmarme.
El que espera desespera y creo no hay verdad más grande. Supongo que por eso la desesperación es mi única compañera de faenas cuando me hundo en el pecho y buceo por mis horas. Me paso los kilómetros jugando a saber cómo completarme, para llegar a mi hogar y darme cuenta de que el vacío es más grande a cada paso. No es Madrid, son mis ganas. Las que me arrebatasteis de las manos llevándoos también un poco de mis venas. Y no, la culpa nunca es mía porque demasiada mierda hay ya aquí. Y de demasiada mierda estoy rodeada a estas alturas. Y demasiado me ahogo.
Que no sé qué hacer con tantos días, con tantas lunas. Que se me atragantan los huecos y se me tropiezan los pasos, y ya se me ha olvidado levantarme, o no quiero hacerlo porque eso supone asumir necesariamente que me he vuelto a caer. Que me he caído.
Darme la espalda quizás no sea la solución, pero dado que la solución, para empezar, no es, haré lo que menos duela.
Al menos por hoy.
Al menos para calmarme.
domingo, 17 de agosto de 2014
Mentira número 145: Menos cinco
Anoche decidí quitarle el polvo a las partituras del piano, y las telarañas al corazón. Decidí dejar de llorar cada atardecer, porque es cierto que las puestas de sol son agradables cuando uno está verdaderamente triste, pero también son agradables cuando uno decide volar sobre ellas. Y también me despojé del frío que calaba mis tuétanos, me curé los nudillos y me puse pintalabios. Anoche canté cosas bonitas, bonitas y alegres, porque las chicas alegres también son bonitas, y las canciones más aún. Y me saqué de los oídos las baladas marchitas y rotas, rondaban ya demasiado tiempo por mi cabeza.
Anoche decidí florecerme. Yo solita. Como nadie me ha enseñado a hacerlo.
miércoles, 23 de julio de 2014
Mentira número 144: Estrellas
Me encuentro de repente frente a la pantalla del ordenador, perdida virtualmente (y qué triste) en un pueblo a las afueras de Ámsterdam. Pueden ustedes imaginarse las ganas que tengo de huir.
Lo jodido de los refugios es tener que salir de ellos. Es como el principito, cuando, después de haber pasado por diferentes planetas habitados por cosas que no le encienden la mirada, llega a la Tierra y entonces tiene un cordero, y una caja y un bozal sin correa, y se bebe el agua buena para el corazón y dice "tienes que mirar las estrellas, tienes que oír cómo ríen las estrellas". Pero el principito tiene que volver, y se deja morder y se muere pero en realidad no. Yo quiero pensar que en realidad no, que he vuelto a mi planeta pero que aquí sigue habiendo cosas buenas. Como la flor.
Pero quiero hablaros del planeta Tierra en el que estuve yo. No había corderos ni bozales, pero había ángeles de alas plateadas y magos, y había un mar y muchos abrazos, y gorros rojos. Había también chistes pésimos, canciones absurdas, había ganas de tirarse al suelo, besos (muchos besos). y un mechero que me daba luz, había risa por todas partes, hasta en el llanto, había afonía en las voces y amor en las miradas. Luego tuve que regresar a mi planeta y todo se hizo un poco más gris. Y qué jodido.
Echar de menos nunca se me dio bien, ya saben. En vez de poemas-melancolía sólo me salen cosas feas y ganas destructivas de querer luchar contra algo que jamás se dejará vencer. Y todo mi planeta me parece odioso, los volcanes e incluso la flor, y quiero llorar todo el rato y me encierro bajo mis alas y me hago heridas en el recuerdo.
Pero aprendí mucho en aquel planeta Tierra, como estoy segura hizo el principito, y recuerdo aquellos ojos verdes diciéndome "tienes que seguir brillando, ¿vale? tienes que inundar con esa luz cualquier sitio al que vayas". Y entonce sonrío porque no puedo hacer otra cosa cuando recuerdo aquellos ojos verdes, y entonces me aparto las alas de la cara y me acuerdo de cómo era su barba, y sus ganas infinitas de hacerlo todo posible.
Y de repente echar de menos se me da un poco mejor.
(al fin y al cabo volveré a levantar el vuelo)
Lo jodido de los refugios es tener que salir de ellos. Es como el principito, cuando, después de haber pasado por diferentes planetas habitados por cosas que no le encienden la mirada, llega a la Tierra y entonces tiene un cordero, y una caja y un bozal sin correa, y se bebe el agua buena para el corazón y dice "tienes que mirar las estrellas, tienes que oír cómo ríen las estrellas". Pero el principito tiene que volver, y se deja morder y se muere pero en realidad no. Yo quiero pensar que en realidad no, que he vuelto a mi planeta pero que aquí sigue habiendo cosas buenas. Como la flor.
Pero quiero hablaros del planeta Tierra en el que estuve yo. No había corderos ni bozales, pero había ángeles de alas plateadas y magos, y había un mar y muchos abrazos, y gorros rojos. Había también chistes pésimos, canciones absurdas, había ganas de tirarse al suelo, besos (muchos besos). y un mechero que me daba luz, había risa por todas partes, hasta en el llanto, había afonía en las voces y amor en las miradas. Luego tuve que regresar a mi planeta y todo se hizo un poco más gris. Y qué jodido.
Echar de menos nunca se me dio bien, ya saben. En vez de poemas-melancolía sólo me salen cosas feas y ganas destructivas de querer luchar contra algo que jamás se dejará vencer. Y todo mi planeta me parece odioso, los volcanes e incluso la flor, y quiero llorar todo el rato y me encierro bajo mis alas y me hago heridas en el recuerdo.
Pero aprendí mucho en aquel planeta Tierra, como estoy segura hizo el principito, y recuerdo aquellos ojos verdes diciéndome "tienes que seguir brillando, ¿vale? tienes que inundar con esa luz cualquier sitio al que vayas". Y entonce sonrío porque no puedo hacer otra cosa cuando recuerdo aquellos ojos verdes, y entonces me aparto las alas de la cara y me acuerdo de cómo era su barba, y sus ganas infinitas de hacerlo todo posible.
Y de repente echar de menos se me da un poco mejor.
(al fin y al cabo volveré a levantar el vuelo)
lunes, 7 de julio de 2014
Mentira número 143: Bang bang, I hit the ground
Todo está patas arriba. Y no precisamente bailando. Hay ciertas cosas que simplemente no deberían hacer daño, no deberían destruir. Pero lo hacen, y joder si lo hacen, lo hacen tan duro que a veces siento que aquí dentro sólo hay escombros. Quizás nadie sea el culpable, pero a mí la culpa me pesa demasiado, y se trata de tragármela y hundirme o lanzarla como una granada contra quien me quita el sueño de esta manera tan brutal. Porque no se trata de no poder dormir, se trata de todo lo que pasa aquí dentro cuando debería estar durmiendo. Se trata de mí, y de que ya no te reconozco. De que ya no me reconozco de todo el odio que me inunda las bolsas bajo mis ojos. De que esto no tenía que haber salido así, de que estoy ahogada y de que esta vez sí, el rencor es grande.
No hay vuelta atrás, saltar o sumergirse, la caída o la asfixia, tú o yo. Crecer a trompicones nunca ha sido lo mío, se me nota en las manos, ¿verdad? Quiero decir que la impotencia se me escurre entre los dedos y la distancia es ya insalvable. Triste, sí, triste todo y triste yo. Pero cierto como la vida mima, y cuando digo mima quiero decir a ostias. Esto no tenía que haber salido así, no tenías que hacerme tanto daño, no estaba en los planes. Aquí arriba aún suena el eco constante preguntándome, como si yo tuviera la más mínima idea, de qué cojones pasa por tu mente. De qué tienes en la cabeza (porque, créeme, ningún intento mío de dar explicaciones ha servido). En qué te has convertido.
Pero hace exactamente un año aprendí a refugiarme en los cimientos cuando todo lo demás se derrumba. A que si la luna se apaga y su luz deja de guardarnos, siempre podré desplegar las alas y encender mis cuatro estrellas de oro macizo. Siempre vienen bien unos ojos a los que mirar cuando la vida se nos enreda en la garganta, a los que mirar y simplemente entender. Hablo de los ojos-hoguera en una noche de enero. De esos que quitan los escalofríos tan suave que apenas lo notas en las venas. Hasta que dejas de temblar y dices sí, tengo estrellas y a veces no tengo frío.
Necesito huir, como cada verano. Sé que se nota en mis palabras, que dan tumbos sin ningún tipo de sentido como reflejo de la mente que las engendra, sé que se nota que he perdido la calma, que no me queda ni una sola razón. Y, por supuesto, cuando una se vacía sé bien que huir por la salida de emergencia se convierte en la mejor alternativa posible. Considerando, por supuesto, la autodestrucción como una mala alternativa.
Porque lo es.
¿no?
No hay vuelta atrás, saltar o sumergirse, la caída o la asfixia, tú o yo. Crecer a trompicones nunca ha sido lo mío, se me nota en las manos, ¿verdad? Quiero decir que la impotencia se me escurre entre los dedos y la distancia es ya insalvable. Triste, sí, triste todo y triste yo. Pero cierto como la vida mima, y cuando digo mima quiero decir a ostias. Esto no tenía que haber salido así, no tenías que hacerme tanto daño, no estaba en los planes. Aquí arriba aún suena el eco constante preguntándome, como si yo tuviera la más mínima idea, de qué cojones pasa por tu mente. De qué tienes en la cabeza (porque, créeme, ningún intento mío de dar explicaciones ha servido). En qué te has convertido.
Pero hace exactamente un año aprendí a refugiarme en los cimientos cuando todo lo demás se derrumba. A que si la luna se apaga y su luz deja de guardarnos, siempre podré desplegar las alas y encender mis cuatro estrellas de oro macizo. Siempre vienen bien unos ojos a los que mirar cuando la vida se nos enreda en la garganta, a los que mirar y simplemente entender. Hablo de los ojos-hoguera en una noche de enero. De esos que quitan los escalofríos tan suave que apenas lo notas en las venas. Hasta que dejas de temblar y dices sí, tengo estrellas y a veces no tengo frío.
Necesito huir, como cada verano. Sé que se nota en mis palabras, que dan tumbos sin ningún tipo de sentido como reflejo de la mente que las engendra, sé que se nota que he perdido la calma, que no me queda ni una sola razón. Y, por supuesto, cuando una se vacía sé bien que huir por la salida de emergencia se convierte en la mejor alternativa posible. Considerando, por supuesto, la autodestrucción como una mala alternativa.
Porque lo es.
¿no?
domingo, 22 de junio de 2014
Mentira número 142: Con el sol
El verano. El verano, cielos. El verano es el campo, una guitarra, bandanas de colores, Malasaña, rock en directo, The Civil Wars, piernas ardiendo y noches en vela. Los pantalones llenos de flores de Blanca, el moreno de Lucía, mi vida careciendo de sentido cuando se vacía de ruido (y eso sí que es triste). Me preguntan si es que se fue la inspiración, pregunto yo si alguna vez se quedó y entonces me miran con los ojos vacíos para después cansarse de mí. Lo bueno es que ya estoy acostumbrada, y no me preguntéis cómo se acostumbra una a esas cosas porque os juro que tengo una presa de lágrimas justo detrás de los ojos y el día que abra las compuertas, la riada va a acabar con todas vuestras sorpresas. No estoy triste. No, de verdad, no tiene nada que ver con la tristeza, no se trata de autodestrucción, ni de heridas, ni de todo ese montón de frases en el aire empapadas de sangre. Es simplemente que Crono ha devorado también mis ganas, mis miradas a ese futuro prometido como si fuera una salvación anhelada. Pero yo en el futuro no veo más que abismo, que cosas que se terminan, cosas buenas que se terminan y yo marchitándome. La desesperación dio paso a una especie de madurez de hormigón que está acabando con mis alas.
Solía ser una niña preocupada por las fiestas de cumpleaños, por la soledad, solí ser una pre-adolescente preocupada por la virginidad. Y, mira, si la adolescencia es esto os podéis quedar con vuestras jodidas ganas de desaparecer constantes. Sí, hay cosas buenas, pero duran poco y por eso reniego. Todo el sudor que vertí desaparece con el río del que hablaba Manrique. Y luego el mar es ese del norte que espero me cure las espinillas donde tengo acumulada toda la rutina, toda la necesidad de formar unos cimientos sobre los que crecer y pudrirme, pudrirme como se pudren todas esas corbatas, todos esos fines de mes y todas esas vidas que se pudren. Que se pudren.
Supongo que es tarde y no debería estar aquí, pero escribir se me hace más fácil a estas horas porque todo pierde el sentido y se quedan los sentimientos desnudos, en bruto, ardiendo. Y alguien dijo un día (pongamos yo, hoy mismo), si vas a escribir que queme.
Entonces tengo que estar haciéndolo de puta madre, porque me abrasa la vida.
Solía ser una niña preocupada por las fiestas de cumpleaños, por la soledad, solí ser una pre-adolescente preocupada por la virginidad. Y, mira, si la adolescencia es esto os podéis quedar con vuestras jodidas ganas de desaparecer constantes. Sí, hay cosas buenas, pero duran poco y por eso reniego. Todo el sudor que vertí desaparece con el río del que hablaba Manrique. Y luego el mar es ese del norte que espero me cure las espinillas donde tengo acumulada toda la rutina, toda la necesidad de formar unos cimientos sobre los que crecer y pudrirme, pudrirme como se pudren todas esas corbatas, todos esos fines de mes y todas esas vidas que se pudren. Que se pudren.
Supongo que es tarde y no debería estar aquí, pero escribir se me hace más fácil a estas horas porque todo pierde el sentido y se quedan los sentimientos desnudos, en bruto, ardiendo. Y alguien dijo un día (pongamos yo, hoy mismo), si vas a escribir que queme.
Entonces tengo que estar haciéndolo de puta madre, porque me abrasa la vida.
sábado, 17 de mayo de 2014
Mentira número 141: Distracciones como prioridades
Val miraba cómo el sol se escondía, como con envidia, como con el alma. Yo la miraba a ella y sabía que pensaba, que pensaba mucho y muy fuerte y en silencio, quizás en todo lo que hemos crecido de repente, quizás en que no nos apetece crecer más. Y el sol seguía escondiéndose despacio y yo la miraba, yo la miraba porque a veces se convierte tanto en obra de arte que no me atrevo a apartar los ojos de ella porque siento que en un descuido de estos se me va a caer la vida. Con la suya o no, a lo mejor ella echa a volar y yo me desplomo, aunque siempre crea que es ella la que cae. Pero yo veo cómo crece cuando el sol se pone. Yo lo vi, estábamos en Madrid y la veía reír como ríe el cielo cuando ella le mira.
Y Lurp reía y Manu pensaba también, y Blanca mataba cosas pequeñas que volaban y fabricaba cosas grandes que vuelan, y por supuesto hablo de los pájaros de nuestras pequeñas cabezas.
No sé, han sido cosas grandes. O quizás no tanto, pero llevaban los colores del atardecer, naranja y amarillo y rosa, un poco de azul y algo de violeta, gris, blanco, y el negro de las sombras, y eso hacía que fueran enormemente bellas y yo las he querido hacer grandes para que al menos me llenen esto de aquí dentro. Quiero decir que aprovechar las lágrimas para empapar las cosas pequeñas y que se hinchen mucho mucho es una táctica inteligente. Y eso es algo que acabo de decidir, con todo el morro y toda la luz del mundo.
Hoy no necesito saber que estoy. Decidir abarcar lo efímero es más suicida que pretender abarcar lo infinito, al menos con lo segundo siempre hay tiempo de soñar que es posible.
No quiero que sea mentira eso de que la felicidad no existe, creo que lo importante está en que me dé igual. Cuando vives atardeceres que desmoronan el concepto de felicidad, que lo transforman, que lo desintegran, que lo desbancan, comienzas a entender ésta como una mera ilusión y adoptas otro sentimiento como estado pleno del alma.
Creo que es la plenitud de la que hablan los amarillos.
Y Lurp reía y Manu pensaba también, y Blanca mataba cosas pequeñas que volaban y fabricaba cosas grandes que vuelan, y por supuesto hablo de los pájaros de nuestras pequeñas cabezas.
No sé, han sido cosas grandes. O quizás no tanto, pero llevaban los colores del atardecer, naranja y amarillo y rosa, un poco de azul y algo de violeta, gris, blanco, y el negro de las sombras, y eso hacía que fueran enormemente bellas y yo las he querido hacer grandes para que al menos me llenen esto de aquí dentro. Quiero decir que aprovechar las lágrimas para empapar las cosas pequeñas y que se hinchen mucho mucho es una táctica inteligente. Y eso es algo que acabo de decidir, con todo el morro y toda la luz del mundo.
Hoy no necesito saber que estoy. Decidir abarcar lo efímero es más suicida que pretender abarcar lo infinito, al menos con lo segundo siempre hay tiempo de soñar que es posible.
No quiero que sea mentira eso de que la felicidad no existe, creo que lo importante está en que me dé igual. Cuando vives atardeceres que desmoronan el concepto de felicidad, que lo transforman, que lo desintegran, que lo desbancan, comienzas a entender ésta como una mera ilusión y adoptas otro sentimiento como estado pleno del alma.
Creo que es la plenitud de la que hablan los amarillos.
viernes, 11 de abril de 2014
Mentira número 140: Marzo trae calma
Doce de Marzo. Algo parecido a primavera. La noche es linda y joven, alguien toca la guitarra en el parque de los patos en frente de mi casa. La luna crece, la ventana está abierta, las tardes son eternas y hoy he decidido quedarme en casa. He bailado y ahora Paulo Coelho me da las buenas noches. Mi mente dibuja unos ojos verdes en mi cama, mi cuerpo pide él, mi mente pide algo que no es amor pero sabe a estrella. Pienso en todo lo que sufrí. Pienso en qué color tenía mi sangre unos meses atrás. Pienso en todo lo que ha pasado, en todos los que se han ido y en ese tarro en el que pone "future" que ahora está vacío porque vivo deprisa. Tú me das las buenas noches y yo me conformo con saber que soy libre.
Todo esto consiste en saber ser en la medida justa, el tiempo justo y de la manera precisa. A veces el cielo acompaña, a veces los acordes se clavan como dagas. A veces toca hundirse y otras toca una rumba de color rojo. A veces toca mirarla a los ojos y decirla lo mucho que la echo de menos, a veces toca bajar la mirada y notar cómo él llora por dentro. A veces la casa se queda pequeña y ya no sé ni lo que escribo, otras las mañanas son imposibles y los martes no existen.
Ordenarme los pensamientos es tan probable como ordenarle al sol que se nos caiga en el cielo de la boca, y que obedezca. Simplemente necesitaba que este torrente de palabras mal dichas, escritas y pensadas, abandonara por fin mi boca, que creo ya necesita llenarse de poesía. y besos.
Mi mente descansa de amor, muerte y felicidad. Tan sólo se llena de agua con sal y rompe en forma de olas contra las paredes de mi cráneo. El pecho está dormido y mis dedos hoy quieren salir a pasear.
Hoy es doce de Marzo, y es primavera. Primavera. Me toca lidiar con ella otro año más. Intentaremos hacernos el menor daño posible, sabe que si me hace daño la convertiré en invierno, y sé que las flores no lo podrían soportar.
Es la una y media de la noche, yo deliro, y el mundo ahora es entero mío.
Todo esto consiste en saber ser en la medida justa, el tiempo justo y de la manera precisa. A veces el cielo acompaña, a veces los acordes se clavan como dagas. A veces toca hundirse y otras toca una rumba de color rojo. A veces toca mirarla a los ojos y decirla lo mucho que la echo de menos, a veces toca bajar la mirada y notar cómo él llora por dentro. A veces la casa se queda pequeña y ya no sé ni lo que escribo, otras las mañanas son imposibles y los martes no existen.
Ordenarme los pensamientos es tan probable como ordenarle al sol que se nos caiga en el cielo de la boca, y que obedezca. Simplemente necesitaba que este torrente de palabras mal dichas, escritas y pensadas, abandonara por fin mi boca, que creo ya necesita llenarse de poesía. y besos.
Mi mente descansa de amor, muerte y felicidad. Tan sólo se llena de agua con sal y rompe en forma de olas contra las paredes de mi cráneo. El pecho está dormido y mis dedos hoy quieren salir a pasear.
Hoy es doce de Marzo, y es primavera. Primavera. Me toca lidiar con ella otro año más. Intentaremos hacernos el menor daño posible, sabe que si me hace daño la convertiré en invierno, y sé que las flores no lo podrían soportar.
Es la una y media de la noche, yo deliro, y el mundo ahora es entero mío.
lunes, 17 de marzo de 2014
Mentira número 139: "Lunes. Cuesta(s)"
A veces lo más difícil de todo es el balance entre lo que merece la pena y lo que vale cuando no está. Cuando tus dedos se han aferrado tanto a algo que lleva la huella de tus manos, es duro ver cómo se aleja.
Un día me contaron que si escondes el corazón no pueden agrietártelo. Y yo fui tan asquerosamente gilipollas que me lo tragué de lleno. El corazón se agrieta sólo, joder, lo que ellos te agrietan es la coraza. Lo que ellos ven de ti es cómo pasas de todo, cómo todo da igual y está de más, cómo te encierras de ojos para dentro y te llueves a solas. Pero nadie (casi) entiende que debajo de todo el gris hay un escarlata que se muere por encontrar unas venas por las que sangrar. Éste rascacielos de hormigón tiene cimientos de papel mojado, las noches son muy largas y la cama es muy fría y muy grande. Pero nadie mira atrás porque tú no miras atrás, y tú no miras atrás porque a veces duele. Lo más curioso es cómo se toman la exquisita libertad de hacer como si supieran lo que se cuece aquí arriba. Los más dolorosos son los "pensé que no sentías nada".
Sí
siento
cosas.
Siento el miedo que sentís todos y la rabia cuando veo al cielo estampándose en mi cara. Siento el mismo deseo por unos ojos marrones que beberme a morro, siento la misma impotencia por las mañanas y el mismo frío en los inviernos. Siento una felicidad que se alimenta de sonrisas transparentes y un verano de vez en cuando las pupilas. Siento también a veces las manos de la soledad en el cuello, acariciándome el pelo o deambulando por mis piernas. Y, sí, siento la misma tristeza que vosotros sentís cuando veis el final de algo que, hasta entonces, os mantuvo con un poquito de aliento.
Pero lo que a veces no siento nunca, es ser el pájaro que soy.
martes, 4 de marzo de 2014
Mentira número 138: Trozos
Abrir los ojos. Maldecir al cielo para luego pedirle perdón en cuanto cruzas el umbral que te separa del frío. Las calles, las luces, el amanecer, los raíles, las caras, las historias, los pasos. Caminar cuando aún estás dormida. Abrir los ojos y cerrar el entendimiento, mientras la conciencia se despereza y la mirada clavada en la pizarra hace que te preguntes qué haces ahí, y por qué tienes que estar ahí sólo porque alguien hace años dictara que así tendría que ser. Te preguntas por qué tenemos ya la vida escrita y la libertad encadenada. Pelearse contra la necedad, sacar las uñas ante la injusticia mientras miles de juicios injustos se desenvuelven en frente de tus ojos. Soñar que puedes cambiar el mundo, soñar con el fin de la opresión del pensamiento y el vuelo del alma y la cultura. El timbre, el abrigo, la calle, el parque, utilizar la estupidez para fabricar una felicidad que se hará verdadera por sí misma, quizás por inercia. Fabricar también fuerzas para volver a atarse la bola maciza de hierro a los pies, y pasar las hojas del tiempo perdido, mal aprovechado. Hojas repletas con desgana, hojas escritas con pasión, con exilio, hojas escritas con curiosidad, ambición, interés. Los chicos, las miradas, las sonrisas reprimidas porque hay demasiada gente alrededor, la imaginación que vuela, los gestos, los espejos, la adrenalina, la carcajada, la comodidad entre el mar de espinas. El timbre, el abrigo, la calle, los raíles, los pasos, volver al calor, la armadura que se desarma, el día que sigue, la desgana, las ganas, el sueño, los sueños, la espera. Algo dentro de ti busca casi sin que te des cuenta ese pequeño trozo de libertad entre el gris del pavimento, algo echa a volar y por un rato se concentra en las pequeñas pinceladas por las que, al fin y al cabo, no siempre mantienes los pies en la tierra. Gota a gota, el agotamiento, el deber, las cadenas, las canciones, el hogar, las luces. El color del cielo que pesa cada vez más y deja paso a las luces de las farolas como pequeñas bolas de confidencias en la oscura y salvaje muerte -vida de la pasión negra-. Los ojos que se cierran, la mente que se abre, los dedos que caminan entre las sábanas, el sueño, los sueños, el sueño, el fondo cada vez más tangible, la fuerza que se agota.
La rutina.
La rutina.
viernes, 21 de febrero de 2014
Mentira número 137: Nada
Quizás la delgada línea que me separa del abismo sea preguntarme en qué preciso instante todo comenzó a cambiar. A torcerse, a serpentear, diría yo, a agrietarse. En qué momento la inocencia abrió los ojos, o los cerró para siempre.
No me atrevo a saltar. No es miedo, es que el ala sigue rota. Es que no quiero estamparme contra el suelo hoy, que tengo al viento a mi favor.
Cada día se me clava un "no espero que me entedáis" en el costado, pero ya llegarán los anocheceres infinitos y las noches repletas de velas.
No me atrevo a saltar. No es miedo, es que el ala sigue rota. Es que no quiero estamparme contra el suelo hoy, que tengo al viento a mi favor.
Cada día se me clava un "no espero que me entedáis" en el costado, pero ya llegarán los anocheceres infinitos y las noches repletas de velas.
jueves, 23 de enero de 2014
Mentira número 136: Jueves con A de suicidio
Necesito que te vayas.
Necesito que te vayas.
Por favor.
Necesito
de verdad
necesito
que te vayas.
Necesito que entiendas que fuiste más de lo que me cabe aquí dentro. Necesito que comprendas que me desgarraste todo el corazón, entero, que aquellos jirones ahora son los dedos con los que escribo que, desde lo más hondo de mi alma, necesito que te vayas. Necesito que me dejes avanzar y no soporto que te plantes otra vez enfrente de mis ojos a interpretar ese odioso papel. Tú bajaste el telón y yo me quedé a oscuras en el escenario, pero salí corriendo, entre bambalinas me tropecé una y mil veces con las ruinas del atrezo mojado de una mala tragicomedia de amor-odio con tira y afloja. Y salí del infierno de tus ojos, y ahora vuelves a mirarme como el que mira la peor obra de la historia desde la última fila del anfiteatro. Pero yo necesito que te vayas. Porque no soporto un dardo más, ahora que estaba consiguiendo borrar la diana que pintaste en mi corazón con el negro de tu pelo. No eres tú, es lo que has hecho de mí. Es en lo que me has convertido. No es que me rompieras el corazón, es que afilaste cada pedazo y ahora a ver quién es el valiente que se atreve a rozarlo siquiera.
Tú y tu facilidad para negativizar las fotografías en positivo, esas que saqué en tu cama mientras te miraba por dentro. Tú y esa infernal habilidad que tienes de hacer que tirite del frío hielo que arrojas cada vez sobre mi cabeza. Tú y la ruina que siempre traes de la mano. Tú y una sola plegaria con tu nombre, una sola petición, un solo anhelo.
déjame respirar
Necesito que te vayas.
Por favor.
Necesito
de verdad
necesito
que te vayas.
Necesito que entiendas que fuiste más de lo que me cabe aquí dentro. Necesito que comprendas que me desgarraste todo el corazón, entero, que aquellos jirones ahora son los dedos con los que escribo que, desde lo más hondo de mi alma, necesito que te vayas. Necesito que me dejes avanzar y no soporto que te plantes otra vez enfrente de mis ojos a interpretar ese odioso papel. Tú bajaste el telón y yo me quedé a oscuras en el escenario, pero salí corriendo, entre bambalinas me tropecé una y mil veces con las ruinas del atrezo mojado de una mala tragicomedia de amor-odio con tira y afloja. Y salí del infierno de tus ojos, y ahora vuelves a mirarme como el que mira la peor obra de la historia desde la última fila del anfiteatro. Pero yo necesito que te vayas. Porque no soporto un dardo más, ahora que estaba consiguiendo borrar la diana que pintaste en mi corazón con el negro de tu pelo. No eres tú, es lo que has hecho de mí. Es en lo que me has convertido. No es que me rompieras el corazón, es que afilaste cada pedazo y ahora a ver quién es el valiente que se atreve a rozarlo siquiera.
Tú y tu facilidad para negativizar las fotografías en positivo, esas que saqué en tu cama mientras te miraba por dentro. Tú y esa infernal habilidad que tienes de hacer que tirite del frío hielo que arrojas cada vez sobre mi cabeza. Tú y la ruina que siempre traes de la mano. Tú y una sola plegaria con tu nombre, una sola petición, un solo anhelo.
déjame respirar
sábado, 11 de enero de 2014
Mentira número 135: Enero trae sol
La tristeza también sabe huir. Aprendí a dejar de sentirme culpable el día que la culpa me escribió en la tripa "ya te he perdonado". Enero trae sol(edad). Trae calma y esa voz de timbre afilado que me acompaña como no supieron hacerlo ninguna de aquellas muecas artificiales y fingidas. Mi propósito para el nuevo abismo es dejar de fingir. Y aunque me tachéis de asesina, he de informaros que fingir también se cobra unas cuantas vidas. Si no preguntádselo a mis pájaros.
Pero sonrío. Sonrío por las amistades descosidas, por los corazones rotos, por los polvos por compromiso. Sonrío porque me lo pide el cuerpo. A gritos. A grietas. Por donde la luz se cuela y me acaricia, y cada fotograma arenoso lleva el aroma de la canción más bonita del mundo. Tampoco pretendo que lo entendáis.
Cómo me gustaría llevar la vida con etiquetas. Y en vez de eso, tengo aquí una maraña de recuerdos, y caras y lugares, que ya no me cabe por la garganta. A veces la forma más sencilla de volar es librándose del peso del hielo en los ojos. De las piedras en el riñón de tanto brindar por los errores.
"Ya te he perdonado".
Y así es cómo me siento. Perdonada. Perdonándole al invierno su bestialidad, al miedo sus cagadas, al poco sus muchas noches sin ser. Enero trae sol. Pero sonrío.
Pero sonrío. Sonrío por las amistades descosidas, por los corazones rotos, por los polvos por compromiso. Sonrío porque me lo pide el cuerpo. A gritos. A grietas. Por donde la luz se cuela y me acaricia, y cada fotograma arenoso lleva el aroma de la canción más bonita del mundo. Tampoco pretendo que lo entendáis.
Cómo me gustaría llevar la vida con etiquetas. Y en vez de eso, tengo aquí una maraña de recuerdos, y caras y lugares, que ya no me cabe por la garganta. A veces la forma más sencilla de volar es librándose del peso del hielo en los ojos. De las piedras en el riñón de tanto brindar por los errores.
"Ya te he perdonado".
Y así es cómo me siento. Perdonada. Perdonándole al invierno su bestialidad, al miedo sus cagadas, al poco sus muchas noches sin ser. Enero trae sol. Pero sonrío.
miércoles, 1 de enero de 2014
Mentira número 134: De huidas
Hay dos salamandras en la habitación verde que habito. Descansan inmóviles entre el viejo espejo y la pared. El primer día intenté cazarlas para tirarlas por la ventana. Cada largo rato, alguna de las dos asoma el morro para mojárselo de atrevimiento, y trepan con cuidado por la pared del cuarto. Al mínimo ruido, nerviosas, vuelven a su escondite para permanecer ahí no sé cuánta horas más. Tras varios intentos en vano de atraparlas, me pregunté; ¿quién soy yo para arrancarlas de su hueco entre el espejo y la pared? Al fin y al cabo lo han hecho suyo. Al fin y al cabo en poco se diferenciaban de mí.Escribí un 27 de Diciembre.
El ser humano posee como innato el instinto de esconderse de lo que le hace daño. Cobardía para los más simples, inteligencia para los más aptos. Quizás esos dos reptiles deberían estar vagando entre la maleza de Castilla, cazando moscas, poniendo huevos y quizás peleándose con otras salamandras. En cambio eligieron huir. Se colaron entre las maderas de una vieja casa y buscaron el hueco más recóndito y seguro de su mundo. Ahí descansan, y quizás de vez en cuando intentan, salir del espejo para vagar por la pared. Pero siempre llega el ruido, una mano imbécil que intenta apoderarse de su libertad, y vuelven a su escondite. Que es suyo. Y de nadie más. Sin contacto con otros seres de su especie, que tiene sus inconvenientes quizás, pero aquello que no está cerca de ti, no puede hacerte daño. No hablo sólo de proximidad física, ni hablo sólo de daño físico.
Me gusta huir de lo que me hace daño. Me gusta encontrar mi hueco entre un espejo amarillento y una pared de barro, un santuario oscuro pero cálido, solitario pero seguro. Busco la soledad porque la gente me hace daño. El ruido me hace daño, la contaminación que respiro me hace daño. Y como verdadero animal que soy, me escapo. Y pies para qué os quiero, y me alejo sin mirar atrás porque un gran autor me enseñó que cuando no se puede mirar atrás no se ha de mirar atrás. Y a mí hace tiempo que se me olvidó eso de mirar atrás mientras me alejo. Supongo que se me ha cargado el cuello de tanto rencor callado y amordazado, y violado por sonrisas fingidas como se fingen los orgasmos cuando haces el amor con alguien a quien no amas.
Y es que no necesito que me entendáis. Ya no. Empecé a dejar de necesitar comprensión y entendí que tan sólo necesitaba que desapareciérais. Y por eso desaparecí, siendo una golondrina que busca el calor huyendo del invierno de Madrid.
Yo me quedo exiliada y refugiada de la guerra en la capital entre la hipocresía de unos y la de otros, con dos salamandras como única compañía. Y tu recuerdo, por supuesto, que ocupa su lugar. Yo me quedo con el viento, que ya no me apetece volar y él me lleva mejor que unos labios con regustillo a ron.
Va a ser un camino muy largo el de regreso a casa.
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