Hay días en los que ese vacío permanente que ya forma parte de mí es un poco menos profundo. Incluso hay segundos en los que siento que desaparece.
Vómito de palabras. Hoy he decidido seguir un consejo, y voy a escribir exactamente lo que me venga a la cabeza. Sin pretender maquillar las palabras. Tan sólo yo, mi cabeza en estado puro. Sí, es misma cabeza que alberga todos los pensamientos que se amontonan y se enredan. Esa misma que se contradice y se tortura, esa misma que a veces estimula mis sentidos más que la pura droga.
Esa que hoy, se acuesta con un pensamiento que de entre todos reluce: ....
Mierda. Lo tengo, tengo ese pensamiento pero no sé cómo llamarlo. No existe una palabra que lo describa y soy incapaz de plasmarlo. Ni quiero. Como diría Meow, ésto se queda para mí. Sólo mío.
Ay, Meow. Apenas te conozco y mira. Mira, mira cómo has hecho que me desnude emocionalmente durante una hora y deje al completo descubierto los cimientos de mi persona. Ay, Meow, Meow. Cuánto, cuantísimo me has regalado hoy.
Pero toca salir de este pequeño recoveco de mí y coger ese teléfono. Otra discusión, otra vez coger aire y tener que entender que él no está bien. Pero ¿hasta qué punto? ¿Hasta dónde entiendo, hasta dónde tengo que llegar? Yo también me canso. Puede que lo mío no sean razones de peso, pero a veces pesan más que cualquier otra. Sin fuerzas para afrontar otra vez una conversación tan devastadora como la que me espera, así me encuentro ahora mismo. Pero podré con ello.
Lo que no sé, es a qué precio.
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