domingo, 8 de septiembre de 2013

Mentira número 101: Capicúa

Plenitud. Hace poco entendí el significado de esa palabra y de ese sentimiento, y suerte de haberlo experimentado dos veces en dos días seguidos. Y creo que los amarillos lo son, porque consiguen hacerme sentir plena. A ratos, a sonrisas quizás. Pero deliciosa y geniunamente plena.
Y si había algún tipo de duda acerca del color de Val, hoy ha desaparecido por completo. Ella es absoluta e irremediablemente amarilla. No podría ser de otra forma, si puedo pasarme noches en vela con ella, vaciándonos por dentro y sacando a pasear nuestros fantasmas. Jamás pensé que diría esto, pero el pasado duele menos -o quizás mejor- cuando encuentras a alguien que lo ha sufrido de la misma forma. Que ha forjado su carácter a base de los mismos golpes y las mismas heridas. Consuela saber que hay alguien ahí fuera que puede llegar a entender por lo que pasaste, lo que tuviste que soportar. 
Alguien con quien no te importa llorar, alguien con quien los silencios son tan sólo un "estoy aquí, a tu lado", alguien que ya se ha hecho un hueco casi físico aquí dentro. 
Y es que una vez más, sumida con ella en la noche de Madrid, he encontrado uno de los pocos lugares en el mundo en el que me puedo sentir, absolutamente a salvo (en sus brazos). 

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