Miras hacia atrás, y no hay nada. Algunos papeles mojados quizá, recuerdos demasiado cargados de pájaros como para dejarlos ser, como para dejarlos estar. Estás sola en esto. Estás sola porque tienes que estarlo, y lo sabes, aunque sigue sin terminar de gustarte.
Es una soledad que va más allá del pecho. Gente hay -siempre, hay gente-, pero esa soledad que tienes en el fondo de los lunares sabes no se irá nunca.
Miras atrás, y no hay nada. Todo en lo que un día te dejaste la piel se ha desmoronado. Cada tarde y cada portal, cada gota de lluvia y cada beso. Cada mano apuntando hacia el cielo, cada labio mordido por la sed de una juventud eterna. Todo se ha esfumado como el humo del cigarro cada sábado. No sirvió para construir nada fuera; sólo dentro, y quizás sea lo más importante aunque aún yo no sepa verlo.
Miras atrás y... y te duelen los ojos de mirar atrás. Y solo queda la estela borrosa de lo que un día fue tu rutina, tú cómoda e indefensa rutina. Indefensa por qué, si acabaste herida, destrozada por su culpa -por su causa-.
Ahora vas avanzando despacio en ese "empezar de cero" tan plata, aunque cómo no rendirse en una noche como esta, en la que de repente miras atrás y ves que de nada sirve avanzar y construir si mañana, todo morirá en tus propios brazos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario