Qué difícil es esto. Qué duro es ver cómo cada persona a tu alrededor sigue -porque no queda más remedio-, mientras tú aún ni siquiera sabes en qué consiste el juego.
Qué triste es cuando te sientas ante aquella esperada página en blanco con la tinta en tu mano, dueña de tu destino, pero no eres capaz de escribir nada. Y no eres capaz porque no sabes qué necesitas, ni siquiera qué pasa, ni qué papel desempeñas. Todo se mueve, menos tú. Y es asqueroso.
Me encantaría poder escribir, escribir y escribir hasta quedarme dormida, llorar, llorar sobre el papel y empaparlo, me encantaría despertarme y levantarme y caminar, seguir, simplemente vivir y deshacerme de este aura de hastío que me atrapa.
Pero quizás por miedo, o quizás porque simplemente es imposible, no soy capaz de deshacerme de algo tan mío. No soy capaz de deshacerme de todo mi mundo y de todo lo que soy, aunque eso conlleve jamás alcanzar la felicidad.
Incluso aquí, tirada en el suelo de mi habitación y viendo cómo las nubes juegan a dibujar sombras con algo de invierno sobre mi silueta; incluso un viernes como éste, a ésta hora que siempre conlleva un trance, cuando todo el mundo tiene ya algún reloj al que mirar para no llegar tarde; incluso así, con este vacío pinchando en el tórax, estoy bien. Y he de admitir que me asusta, me asusta estar tan sola y tan agrietada, y a la vez tan, bien. Me asusta y me reconforta saber que quizás mi destino sea crearme una compañía a base de ausencias para terminar reconstruyéndome en mi propia soledad.
Al fin y al cabo cuando nadie te conoce
nadie puede hacerte daño,
¿no?
No hay comentarios:
Publicar un comentario