No bañarme, no mojarme; sumergirme. Adentrar en las entrañas de la inmensidad de ese estado que me permite fundirme con el mismo agua hasta formar parte de ella.
Suelo quedarme un rato, bajo la superficie, en un limbo existencial que me envuelve y me deshace, atrapada y llena de esa líquida libertad. Noto cómo mis pulmones van vaciándose de aire y necesitándolo un poco más a cada segundo, hasta que hay un instante en el que una especie de convulsión involuntaria me hace impulsarme hacia la superficie. Y entonces llego hasta ella, y rompo con su naturaleza.
Entonces, mis pulmones se llenan de aire, y es como si mi cuerpo cobrara conciencia de sí mismo. Es como volver a nacer al filo de la muerte.
Es, quizás, la sensación más parecida a esta que tengo ahora aquí en medio.
Un respiro,
simplemente,
salir a coger aire.
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