Siempre cuesta salir de ese pequeño y mágico sitio donde el tiempo no pasa y volver a la gris rutina que Madrid me ofrece. Pero supongo que es lo que hay que hacer. Lo que hay que hacer, curiosa expresión. ¿Quién dicta lo que hay que hacer? Creo que todo el mundo conoce la respuesta y aún así nadie se atreve ni a decirla ni a llevarla a cabo. Es uno mismo el que decide qué tiene que hacer, se lo crean -quieran creérselo- o no.
Volviendo al principio -al tema-, esta breve estancia en mi querido baúl de los recuerdos me ha dado tiempo para pensar, descansar y, lo más importante de todo, desconectar. Es curioso; siempre que me voy a ese trocito de Castilla, lugar encantado por el recuerdo, al regresar experimento dos contrarias sensaciones: por un lado, es como si hubiera emprendido un viaje alrededor del mundo de ochenta días, me cuesta -relativamente- conectar otra vez con esta abrumadora realidad. Por otro, todo sigue igual. Terrorífica, tranquilizadora y vulgarmente igual.
Mañana me espera un lunes más de tantos, aunque espero que este querido Mayo decida hacérmelo un poco más interesante. Una vez más el tiempo dirá, y ésta pequeña embustera huye a uno de los pocos sitios en los que éste querido tiempo parece acariciar en vez de arañar; mi cama.
No hay comentarios:
Publicar un comentario