¿Recordáis aquel vacío que siempre menciono sólo se llena muy ocasionalmente? Bien, pues hoy, desde que he abierto los ojos hasta que me he perdido entre las sábanas de mi cama, ha rebosado.
Quizás haya sido la lluvia.
Quizás haya sido ese escenario; sentirme parte de algo que todas formamos, un sólido bloque que arrasa hecho con trabajo, talante, talento, y pegado con el pegamento de ese especial cariño que tan sólo la música forja. Quizás haya sido llevarme dos pequeños trofeos y una medalla, aunque lo más grande que me llevo es uno de esos abrazos colectivos, esas risas, la tensión que se enredaba igual que nuestro pelo, entre las cuatro paredes del camerino, la confianza, las miradas de complicidad y todo el tiempo que hemos pasado juntas. Quizás haya sido el hecho de que durante dos horas, me he sentido sumida en una felicidad plena que hacía mucho tiempo que o experimentaba.
O quizás haya sido él. Él apareciendo de la nada como de costumbre, y aún así causando en mí el mismo éxtasis. Él, con esas palabras que aún siendo escasas, se clavan bien dentro. Él con su inolvidable, él en mis canciones y en mi cabeza. Él, todo el rato y casi nunca. Él, ¿qué tendrá él, que tanto me ha marcado? Quién sabe.
Ahora borro de mis ojos los restos de un maquillaje escénico, aunque difícil será borrar de mi alma tantas sensaciones -y tan buenas- juntas.
Por fin las nubes se dispersan para dejarme ver aunque sea un ápice de ese sol que tanto echaba ya de menos.
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