viernes, 10 de mayo de 2013

Mentira número 54: Amélie

Estar en la cresta de la ola mirando al mundo poderosamente desde arriba, sin que apenas te de tiempo para mentalizarte de la caída que sucederá, al pozo más profundo de la rabia. En eso se resume mi vida, pero sobretodo, la tarde de hoy. Tarde que empezaba con una discusión, una llamada telefónica y yo llorando de pura impotencia, y terminaba con una reconciliación, saldando una cuenta pendiente de esas importantes, con mi pequeña hermana mayor.
Y es que es tan extremo el sentimiento y tan extrema yo, que tan sólo puede acabar de una manera; explosión. Pedazos de mí esparcidos por el suelo, codos heridos y un rímel que se deshace en mis ojos como agua turbia. Y ella, ella abrazándome, una vez más ella; siempre, ella.
Tanto me desgasta y tanta vida me da que ya no sé si me hace bien o mal, si veneno o antídoto, quizás todo a la vez.
Pero luego están ellos. Ellos para mí, haciendo que sonría cuando los motivos son escasos. Ellos, tardes de confesiones y secretos, tardes de delirios y éxtasis. Ahí están ellos una vez más, sacándome del pozo.
Hoy más que nunca, y quién sabe por qué, me doy cuenta de la cantidad de gente que tengo a mi alrededor, de los cuántos que me sirven y de los pocos que me salvan. Hoy más que nunca y como siempre yo aquí, en el mismo lugar de siempre, en esa ventana que me enseña la misma calle de siempre, el mismo cielo, aunque ahora vestido de Mayo.
Y luego está mi alma, como el mar; siempre el mismo pero nunca de la misma forma.


Y luego estoy yo, 
al fin y al cabo
tan sólo polvo. 

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