Y es que es tan extremo el sentimiento y tan extrema yo, que tan sólo puede acabar de una manera; explosión. Pedazos de mí esparcidos por el suelo, codos heridos y un rímel que se deshace en mis ojos como agua turbia. Y ella, ella abrazándome, una vez más ella; siempre, ella.
Tanto me desgasta y tanta vida me da que ya no sé si me hace bien o mal, si veneno o antídoto, quizás todo a la vez.
Pero luego están ellos. Ellos para mí, haciendo que sonría cuando los motivos son escasos. Ellos, tardes de confesiones y secretos, tardes de delirios y éxtasis. Ahí están ellos una vez más, sacándome del pozo.
Hoy más que nunca, y quién sabe por qué, me doy cuenta de la cantidad de gente que tengo a mi alrededor, de los cuántos que me sirven y de los pocos que me salvan. Hoy más que nunca y como siempre yo aquí, en el mismo lugar de siempre, en esa ventana que me enseña la misma calle de siempre, el mismo cielo, aunque ahora vestido de Mayo.
Y luego está mi alma, como el mar; siempre el mismo pero nunca de la misma forma.
Y luego estoy yo,
al fin y al cabo
tan sólo polvo.
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