jueves, 23 de mayo de 2013

Mentira número 66: Compañero

Ahora miro hacia atrás y me veo ridícula. Ahora, ahora después de un mazazo de esos que da la vida, de esos de verdad.
"Sus niñas... las niñas de Alberto. Os quería muchísimo."
Y nosotras a él. Darse cuenta de que la vida es injusta nunca es fácil. Un primer funeral nunca es fácil, y un último adiós muchísimo menos. Cómo duelen las lágrimas ahora, cómo duele saber que se ha ido; para siempre. Esa persona que está ahí y nunca te planteas que puede irse, esa persona cariñosa y atenta, ese pedazo lejano que parece irrelevante pero que un día te quitan, y de repente se te para el corazón.
Ese abrazo, esos cinco llantos fundiéndose en la rabia infinita que conlleva una pérdida injusta. Llorar hasta quedarse dormida, llorar al día siguiente, por la mañana y por la tarde. Llorar, por él y por ti, por tu madre y por verla hecha pedazos, por tu padre y por ese 'Gracias' que te regaló cuando menos te lo esperabas.
Tiempos difíciles y una buena persona que se va.
Tiempos difíciles y yo dándome cuenta de lo efímeros que somos. Y duele mucho, no sabéis cuanto. Pero la vida sigue, dos microsegundos más pero sigue.
Sé que no voy a cambiar, pero algo en mí me dice que esto me ha enseñado algo, algo grande.
Que la vida puede ser maravillosa.
Y corta; y maravillosa.

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