Y ahora qué. ¿Bajar otra vez? ¿Subir hasta el cielo de repente? Mi vida se resume en una constante montaña rusa. Y, ¿sabéis? Ha dejado de ser divertida.
Mas lo más grave de todo es que ya no hablamos de semanas, ni siquiera de días. Hablamos de horas entre las que la latitud sufre una gran diferencia. Hablamos de crestas que duran un minuto, de valles de sesenta segundos. Y os puedo asegurar desde aquí, desde lo más hondo de mi cabeza y gritando, que ésto es insoportable.
Y ojalá lo pudiera controlar, Dios Mío, daría lo que fuera. Pero no. Como diría Meow, los pájaros de mi cabeza no sólo revolotean, si no que hincan sus picos en las paredes de mi cráneo, y sangro. Sangro caras largas, palabras amargas -como éstas- y lágrimas que secan la piel, sangro unos cuantos "das asco" en frente del espejo, y canciones.
Pero qué mas da, si tan sólo bastará un segundo para que vuelva a sonreír, durante otro segundo más.
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