Dejaste que vomitara toda la mierda que llevaba dentro -en todos los sentidos-, sin separarte de mi lado.
Dejaste que me tambaleara sobre mis propios cimientos y que perdiera la mirada en el naranja horizonte, dándome un techo y mantas sobre las que poder morir a gusto para que luego tú, otra vez tú, me devolvieras a la vida.
Y ahora yo en esta terraza, que ya nos ha visto soñar antes, este frío que sabes tanto me gusta y tú, tú a centímetros de mí, una vez más, tú; una vez más, salvándome.
Tú con una fuerza sobrehumana cogiéndome cada vez que me desplomo, y el peso no es precisamente pequeño.
Míranos, sonriendo como idiotas a la tenue luz de pocos vatios y poca esperanza y sintiendo el frío, y las plateadas lágrimas que el cielo sangra.
Y después de todo queda sólo una palabra; ésa palabra.
Juntas.
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