Esto es definitivamente insano.
Un fin de semana perfecto, una mañana de lunes sorprendiendo gratamente aunque mejorable -siempre, todo es mejorable-, y entonces llega la tarde -aunque no antes de una clase de baile de esas que curan- y vuelven los fantasmas. Apenas os habéis ido durante tres días, Santo Dios, darme un puto respiro. Me estáis matando, ¿no lo véis?
Maldita impotencia. De esa que pesa en las mejillas y en las ojeras, de esa que por quitar, quita hasta las ganas de escribir bien. Un loquesalga, de ésos; de ésos.
Un absoluto agotamiento tanto físico como mental me abraza y no me suelta, pero lo mejor de todo es que aún me queda una curiosa noche en vela. Curiosa porque si encuentro una forma de superarla sin volverme completamente loca, será un milagro.
Ojalá os pudiera escribir cómo me siento ahora, pero no lo sé ni yo. Sé que en mí hay un vacío gris en erupción, hasta puedo sentirlo físicamente -asusta-, pero no entiendo su sentido ni consigo comprender su idioma, aunque las voces lo cesan.
En fin, poco puedo hacer yo más que vaciar un poquito de mí en este sitio. Supongo que ahora toca irse vacía a la cama, a pesar de que a gritos pedí que no dejaran que pasara una vez más.
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